Mi encuentro con el hijo predilecto de Celendín del Perú.


Mi encuentro con el escritor Leyder Vásquez Palomino sucedió así:

Fue ya hace tres años -aproximadamente el 2007-, y sucedió en  Breña, un distrito limeño de calles con aroma a modernidad y tradición heroica un día del mes de marzo desde ese mismo año. Llegué a trabajar allí, a trabajar en un colegio secundario porque estudié para ser profesor- yo, recién hacía poco había llegado de Trujillo a Lima para establecerme y empezar mi nueva vida, la que marcaría años más tarde mi vida-. Debo a esta inmensa urbe, el descubrimiento de mi verdadero oficio que es la escritura. Ambos aún éramos muy jóvenes, pero sedientos de literatura. Él provenía de una provincia de la sierra norte del Perú llamada Cajamarca, aunque no nació allá, sino en Celendín, un poblado pequeño donde los hombres y las mujeres se baten cada día contra el agreste, pero también tierno y nostálgico fenómeno natural de la ruralidad -y cosa verdaderamente admirable siempre le vi preocupado por llevar impregnado en cada uno de sus trabajos estos parajes que tanto debo suponer marcaron su vida, como las olas de Buenos Aires marcaron la mía-.

Iniciamos nuestra amistad, amistad cargada de profunda confianza mutua y lealtad desmedida. Esa mañana que lo conocí - 22 de febrero- llevaba puesta una camisa amarilla y un pantalón oscuro afincado en una fila con más profesores que esperábamos - junto conmigo-pasar los exámenes rigurosos para ser admitidos. Era verano, y un arreciante calor solar embargaba todo escenario dejándose sentir y evidenciar a través de alguna que otra corbata mal anudada. Fue una mañana tensa, pero al final pasamos. Fuimos aceptados en el nuevo trabajo- apenas bordeábamos los 25 años-.

Pertenecíamos a esa clase de amigos que sólo se los reconoce como tales cuando sencillamente se los siente en la necesidad más pura del sentimiento emocional. Reconocimos que la vida no sólo era cosa pasajera, sino que era esencial escribirla y así empezamos a hacerlo, meses más tarde. En junio de ese mismo año, Leyder publicaría su primer libro de poemas "Verso y Prosa" que tuve el agrado de prologar. Cabe indicar que días previos a la entrega final del machote al editor, leímos, y releímos muchos versos y apuntes hasta altas horas de la madrugada.  Siempre que leí sus notas y escritos percibí sencillez de su parte, mucha sencillez y originalidad para la redacción comprendiendo que había una parte de sentir poético muy arraigada en eso que yo llamo hasta ahora, las primeras experiencias. En el prólogo que redactara para el libro -por encargo suyo como ya dije -, traté de clarificar para el lector esa humorística picardía acompañada de una impecable descripción del paisaje andino, un paisaje que supongo lo marcó para siempre.

Posteriormente fui partícipe del nacimiento de su primera novela "Alma Francesa" al año siguiente, obra trágica, ensimismada entre lo cotidiano, lo real y lo imaginario, pero de un fuerte corte amoroso entre dos idílicos de la vida, dos mozuelos, ambos oriundos de las propias entrañas de la tierra, pero de distinta clase social. Gregorio y Jennifer. Una historia muy llevada y lograda hasta el final. Fui el primero en obtener ese libro con todo y firma del propio autor, mi amigo.

Anduvimos juntos los dos primeros años de conocernos. Fueron épocas intensas de aprendizaje, de lecturas, de necesidades, pero sobre todo de sueños y anhelos. De él he podido aprender que, "donde existen hombres, no pueden caer hombres", frase harta reflexionada por mí mismo.

Leyder Vásquez Palomino pertenece a esa raza de constructores - y lo digo ahora sin miedo a equivocarme-, ya que ha sido capaz de ser coherente entre lo que hace y lo que piensa a través de sus palabras, dejando siempre en alto esos valores de amistad, constancia, decisión  y esperanza. Por tanto, no me equivoqué cuando refería en el prólogo de su primer libro que  hoy más que nunca se necesitan constructores, constructores de generaciones venideras, sí, sí, de esas mismas que vengan detrás de otras para enseñar a ver la vida desde la óptica más profunda de la experiencia y la coherencia.

Saludos constructor de la experiencia.
Saludos hermano de la literatura.
Atentamente, tu servidor y amigo
Víctor Abraham.

Foto: Archivo personal

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