La profesión del pensamiento: Llamados a enseñar a pensar

La profesión del pensamiento

El pensamiento- tan complejo en la individualidad psíquica del ser-, ese conjunto abismal y rico de ideas que nos hacen operar tal y conforme a nuestras propias estructuras mentales, sí, sí, esa gran facultad que nos separa de la irracionalidad, ese impulso que dirige nuestras vidas por el camino del bien o del mal, en fin, el pensamiento que se ha de orientar.

Todas las personas estamos llamadas a ejercer una noble misión desde donde nos encontremos y sin importar el medio donde nos encontremos, y esa es la profesión del pensamiento.

La profesión del pensamiento es la labor de enseñar y conducir solidariamente a otros de nuestros congéneres que aún divagan en nebulosas oscuras a escoger el camino - y estoy convencido que éste deberá ser siempre el correcto - o la decisión más acertada a la hora de poner en práctica el actuar diario, y quiero decir con ello que el orientador deberá asumir una responsabilidad con sus otros más próximos y cercanos, esa responsabilidad de enseñar a pensar.

Este enseñar a pensar debe implicar una preocupación ética, por parte del formador, tal que impida que lo enseñado o mostrado determine negativa y sectariamente sobre lo aprehendido o captado; porque cada uno, cada formador sabe en su propia consciencia lo que se debe - y se requiere- o no enseñar; él, conductor y guía, opera desde su propia concepción de vida, y sabe a ciencia cierta- de allí su grado de profundidad mayor- lo que es pertinente, y necesario que el "otro" aprenda sin tanta necesidad apremiante de requerimientos mediáticos de un "sistema" establecido en el que sólo imperan aprendizajes atrapados en formas rimbombantes carentes de fondos morales y de urgencias espirituales, porque hay una urgencia - y entendámosla bien- por cubrir hoy, y esa es en demasía: la humanización del alma, y la conscientización del acto humano. No se habla con ésto de un aprovechamiento o direccionalidad de consciencias, ni siquiera de una esperanza tácita involuntaria de hacer pensar a otros como nosotros, menos aún siquiera de una escabrosa visión moralista de vida sin fundamentación alguna, sino de sugerirles el camino mejor desde nuestra experiencia. Total, no es mi intención una formación de moralistas, sí, una formación de consciencias críticas capaces de ejercer un adecuado discernimiento. Enseñar a pensar significa enseñar con los propios actos, significa enseñar a cuestionar y a criticar, pero ojo, bajo un sustento, bajo un fundamento, no se trata de coger una piedra y tirar, o de ver coger a alguien -o a muchos- palos y piedras y tirar, sino enseñar a saber porqué tirar, por-qué-yo-debo-también-tirar-, y si hay validez o no en éste paupérrimo razonamiento.

Enseñar a pensar, enseñar a darse cuenta de los propios errores, enseñar a crecer, enseñar a vivir, enseñar a no seguir el accionar del montón, del grupo, de la turba que por obra y gracia de su limitada visión divergente consigue resultados siempre mediáticos propios de un pobre y desesperanzador presente, en fin, enseñar a pensar significa: enseñar a validar la fundamentación de los actos, antes que todo impulso carente de racionalidad. Todos somos indispensables y útiles en esta labor. Debemos tener presente que nuestra naturaleza humana nos ha empujado desde siempre a ser maestros, de allí esa condición natural de convertirnos en padres cuando somos adultos, de tener hermanos menores, o de ser amigos o confidentes de otros,  de ser jefes de grupos, de dirigir instituciones dentro del ejercicio civil, o simplemente de estar en el momento y lugar adecuado de vez en cuando para prodigar consejos. Todos y todas educamos en el pensamiento, y no me refiero únicamente a profesores con título pedagógico, sino a paradigmas de vida, de modelo y de ejemplo. Un insospechado y minúsculo ser podría erigirse tranquilamente como maestro de un cenáculo de canas y arrugas, sólo con su ejemplo.

Todos estamos llamados a ejercer esta noble labor, la de ayudar: desde los más grandes a no hacer hoyo en el vacío mismo de la estupidez hasta los más pequeños a no quedarse justamente en eso, en el vacío de la pequeñez. Una palabra que anime y levante al otro. Una palabra que al deslizarse al oído ajeno haga eco en el prójimo.

La profesión del pensamiento, o de la enseñanza que orienta adecuadamente al pensamiento, no es exclusiva de un profesor de aula, mucho menos de un comunicador o de un periodista, esta profesión le compete también a un mecánico, a un jornalero, a un contador, a un padre, a un hermano mayor, en fin a todos. Todos estamos llamados a ejercer esta profesión, la de enseñar a pensar bien. Enseña no sólo quien ostenta un título pedagógico; eso ya se ha dicho, sino cualquier persona que quiera hacerlo. Que el más experimentado enseñe al más neófito, aunque sea a hacer lo mínimo, pero a hacerlo. Un padre debe enseñar a su hijo; un maestro, a su alumno; un jefe, a su subordinado, etc. No está en quedarse en el… “¡Qué hiciste!”, sino en el “¿Te puedo ayudar a hacerlo?”; o mejor aún, “Si no sabes cómo hacerlo, ¡Ven yo te enseño!”.

La tarea del escritor

Planteo ahora esta exégesis corta relacionada a lo anterior, porque si hay alguien propio para esta misión y con más razón obedece un accionar mayor, ese es propiamente el escritor. El escritor es el abanderado de esta misión, pues es él quien tiene en la palabra su mejor arma para llegar a cabo tan noble misión. La palabra, la palabra viva, viva al servicio de la consciencia. Sólo el escritor- consciente y honrado- vive de ella, de la palabra sana,  de la palabra rica en virtudes humanas, de esa palabra sediciosa y libre de toda atadura corrompida por un sistema que ha terminado prodigando y doblando la voluntad del desprendimiento hasta convertirlo en un ego, en un ego tan inmenso como su propia estupidez que lo engendra. El escritor sabe por tanto, como encajarla, como encajar la palabra en el “PRÓXIMO” inmediato. Éste hombre que sueña y vive es el llamado a diseñar con las palabras un futuro esperanzador del que todos formemos parte, él es el llamado a mostrar los derroteros claves del desarrollo humano a través del pensamiento teniendo como únicos argumentos: su lenguaje sencillo, pero profundo, y su fe desmedida en el futuro. Un futuro que abrace un accionar distinto al ya trillado y maquinado. Este hombre debe ser el llamado a tocar el alma y vitalizar el fuego de los pensamientos ajenos que lo siguen, que buscan imitarlo o emular sus palabras con una admiración tal; que pueden acceder o ceder a lo que él pudiera sugerir, mas no imponer porque esa es una gran verdad. En un mundo carente de sensibilidades y abundante en trivialidades no queda otro camino que el de tomar la vía de la enseñanza con el ejemplo. Es por ello, que el papel del escritor en una sociedad - en la teoría y en la práctica- es hoy por hoy importante, sea como fuere ésta (y me refiero a la sociedad), total, es él, el que contiene al artista, al hombre, al ciudadano y al ser en sí mismo, todos y uno sólo, todos, indivisibles en un sólo pensamiento.

La palabra bien colocada en los oídos, o en los ojos del que escucha o del que lee, es un buen aliciente. Dice Kim Woo- Choong, en su libro: “El mundo es tuyo pero tienes que ganártelo”, que: “La fuerza de la juventud radica en su preparación para estar en posición de enfrentar el mañana, y será el mundo del mañana quien dependerá en gran medida de lo que piensa y hace la juventud actual.” Esto, sin duda que es cierto, y doy amplia amplia validez a esta premisa, ejemplo de ello tenemos a las grandes sociedades asiáticas que se han levantado teniendo como fórmulas de acción, el pensamiento de las generaciones anteriores a ellas; de allí el llamado a éstas generaciones, y a las que vengan tras éstas porque se necesita trabajar acá, aquí, en este nivel, y en la medida que éstas sean cada vez mejor atendidas, mejor escuchadas y mejor ayudadas, todo será diferente. De allí el compromiso del escritor con los más menores en edad y en tamaño, en los adolescentes, ahí, nuestro compromiso de trabajo debe ser mayor.

Pensamiento, lección y acción

En el siglo pasado, los exterminios generalizados, las condenas de raza y de credo, los genocidios abruptos y masivos, las guerras civiles, debacles mundiales de caos y de violencia, producto de guerras, rechazos y genocidios proliferados a diestra y siniestra elevaron el nivel de pensar, en vez de disminuirlos. Sociedades críticas y libertarias como Francia, Alemania, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Bulgaria  visionaron  a través de sus seres victimados, de sus mártires, de sus pensadores y actores, un sentimiento colectivo capaz que vencer la indiferencia, de vencer la necia idiosincrasia, de vencer todo círculo vicioso que anida en el hombre desesperanza, ¿su fórmula?, sí, sí, su fórmula ha sido siempre el pensamiento colectivo. Partiendo de esta premisa, tenemos entonces que sólo este pensamiento colectivo, no individualizado lleva como resultado al progreso, acarreando consigo el desarrollo social, cultural y económico.

Puede haber hombres que no piensen acertadamente, o si lo hacen, sólo es bajo su individualidad y su ego; y sin embargo gobiernan así. Sus gobiernos son entonces caóticos. El pensamiento sólo está vigente cuando está aterido al rasgo más común y noble de la humanidad: EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD Y LA TRANSFORMACIÓN COLECTIVA.

Ha quedado demostrado que un Beethoven, un Cristo, un Vallejo, un César, un Luther King, un Gandhi, un Camus, un Saramago, han legado a la humanidad un gran poder de pensamiento y de acciòn; a pesar de sus escasas condiciones y de sus desconocidas procedencias. Estos hombres usaron su capacidad innata, tal vez de genio, tal vez de ingenio; pero lo cierto es que alcanzaron un lugar en las sociedades que les tocó vivir, otros en las postrimerías de sus vidas y otros póstumamente. Pasaron sus épocas, y sin embargo sus pensamientos siguen vigentes. Trascendieron, porque esa debe ser la esencia de cada individuo, llegar a la realización plena del ser en sí.

El pensamiento abre las puertas, las más insospechadas de la cultura; algunos pensamientos temporales tiene reconocimiento inmediato; otros intemporales, nunca llegan sino hasta que se extingue el soplo de vida creador. Pero allí están; el escritor, debe en lo posible formular teorías con sus pensamientos siempre pensando en el colectivo y universal, con el lenguaje más sencillo, crítico y realista posible, descartando el lenguaje rimbombante, hipnotizador y ambivalente posible. La elegancia de las palabras metafóricas alcanzarán una mayor belleza si hay contenido vital, digerible y aprovechable por el lector.

Imagen tomada del portal:
 http://www.magis.iteso.mx/anteriores/015/015_distincta_filosofia.htm
Pensar, actividad cognitiva que involucra remover las estructuras mentales más profundas para hacerlas trascender y llegar a la sociedad de todos los tiempos. El conocimiento y la ciencia bien direccionada se logra cuando está guiada por una emotiva conciencia social o sensibilidad real, y para llegar a este pensamiento generado de tal conciencia humana es necesario no sólo leer bien, harto y mucho; ni conocer poco o todo, sino amerita vivir lo más cerca posible a la realidad circundante. El viaje permite conocer; la lectura de un libro, conocer sin necesidad de viajar, pero la convivencia palpable y directa reconstruye y hace propia a la persona.

Si hay que generar un cambio en la sociedad desde sus bases iniciales se debe partir por hacer muy bien nuestra labor de pensamiento, desde donde nos encontremos y desde lo que hagamos. Partir por las escuelas y las familias es un buen comienzo, y tal vez el más importante diría yo. Por eso, estamos llamados generar controversias, a generar discusión y debates; pero sobre todo a enseñar las cosas más elementales posibles desde allí mismo, desde los espíritus generacionales más jóvenes.

Sólo así, una vez instaladas, aprehendidas y cimentadas éstas ideas de bien, de libertad crítica y de análisis, de espíritu renovador alejado de toda mezquindad ajena a la propia nobleza humana, sí, sí, una vez asimiladas estas ideas en la propia consciencia individual del que aprende, recién ahí, y sólo entonces ahí, esta profesión de enseñar a pensar, o lo que yo llamo, profesión del pensamiento resultará- como llamaría Ausubel en sus propias palabras-, significativa, trascendentalmente significativa. Allí, allí está por ende, nuestra tarea actual, nuestra tarea generacional, de todos y todas de la manera más amplia: Educar para y hacia una sociedad nueva, ésa misma, que viene tras nosotros hasta hacerla libre, consciente de su propia libertad.

Víctor Abraham
Desde Lima, ciudad capital del Perú

Comentarios

Entradas populares