Sobre las memorias de una morada

La ribera y el mar

Buenos Aires, ribera pequeña, polvorienta y de muchos carros varados; cuya gente, convive a diario con un mar olvidado que lleva el mismo nombre, y en cuyas arenas cada verano llegan niños y juegan a ras del horizonte azul marino pleno, mientras sus padres, ya entrada la tarde, entre redes y faenas de pesca miran con ilusiones la despedida solar esperando llegue un día distinto, día que por cierto nunca llega.
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Allá desde las orillas del Buenos Aires, que encierra una ribera no tan famosa al comparecer frente a otras. Asentóse un hombre, quien a su vez asentó una casa de adobe comprada a medias, váyase a saber con quién. Se casó con una mujer muy humilde y muy bella y tuvo tres hijos con ella. La mujer que hizo de su familia de amor un seno cálido era la madre de tres hijos. Tres Hijos que una vez habitaron una casa grande y a la vez pequeña, pintada a veces verde, pintada a veces amarilla.

Esta casa donde habitaron alguna vez cinco seres era la casa de papá y mamá.

La casa
Por allí, transitando mi preocupada madre cocinando por la cocina porque ya son las doce y aún no está la comida. Por allí, paseando sus esperanzas mirando el reloj, que hace tic tac de rato en rato, con su mirada tierna que me parece aún sentirla, que me parece aun verla.
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Al caer la noche en la mesa del rincón amarillo se ha sentado solo mi padre y tras meditar por un momento ha escrito la poesía más pura de niño con sus setenta y cinco años vividos que hasta me parece aún verlo todo sumiso, pero a la vez recto; de carácter híbrido, con los ojos cautivadores, la nariz aguileña y los mostachos tupidos.

Los animalitos
“Con los animalitos de cabeza rota…”
Federico GARCÍA LORCA. “Poeta en Nueva York”

En el corral muchos diálogos se escuchan; los cuyes del corralito
-¡cuí! ¡cuí! ¡cuí! - , han dicho contritos;
la pavita blanca glugluteando
¡huir! ¡huir! ¡huir! ¡huir! ¡huir!
¡huir! ¡huir! ¡huir! ¡huir! ¡huir! ,
también ha dicho; los patos de la patera enllantada graznando ¡cua!¡cua!, también han dicho. El reverendo gallo con su arrogante y majestuoso canto también con su ¡cocoroco!, presente ha dicho; mi gallina fina, la esposa del reverendo gallo, esa que escarba toda la tierra y la cama de los inocentones y miedosos cuyes que sólo a esconderse atinan, revolviendo en su inocencia, cacareando también ha dicho; y a coro todos los bellos animales del corral, finalmente han coreado ¡Estamos aquí, no te hemos olvidado! Que bello concierto animal, el que se oye siempre acá en la casa de papá y mamá.

El jardín
...
Entonces a mamá la veo paseando por el jardín cultivado con aromáticas hortalizas de vez en cuando, las milagrosas sábilas reverdecen y las tunas al peso de sus jugosos frutos acaecen. Yo moviendo la tierra con mi barreta y mi padre puesta su gorrita también el jardín riega, me ayuda a sacar la maleza y al final con su bondad me contempla.

Mis hermanas corren toda la vuelta y yo miro en el corral. ¡Qué gran fiesta! Mi madre me incita a avanzar porque la noche llega y por el otro lado mi padre exhausto sólo me alienta.

Mis hermanas me vuelven a mirar y dicen: ¡Ay mamá, mañana será!, pero mi madre sigue clavada su cabecita sufriente a la tierra.

Las flores reverberan, la planta de México y los cartuchos se alegran porque están en la casa de papa y mamá.

Lo vivido

La casa de papá y mamá por donde tantas veces anduvimos, donde se ha guardado lo que ayer vivimos; donde se encuentra todo, todo lo que puede hoy ser y ayer no pudo haber sido; consejos de papá, caricias de mamá, risas, correrías y llantos de dos hermanitas.

El pequeño niño que fue, ya no está; como los recuerdos que impregnados todavía quedan en la antaña muralla de la casa de papá y mamá.

Las anchas calles
Uno que otro carro varado va quedando. Dos o tres pequeños muchachos que al frente todos los días limpian carros con sus grasosos y oscuros trapos y sus cabellitos negros todos desgreñados, así van dibujando mi hasta hace poco pasado; por ellos, es que también escribo porque también sueñan como niños, porque mi padre también tuvo los sueños de un niño ...
(...)

Los niños, el mar y la iglesia

Junto a la casa de papá y mamá siempre tuvimos como vecino al mar, fueron tantos murmullos que escuché de sus olas que me parece aún oírlos, oír su canto que aún quiere alegrar el alma de algún bonaerense niño, una niña sonriente e ingenua hace pocitos de estanque en la arena, mientras las más pequeña de lejitos sólo mira al mar.

El tañer unísono de campanas de la pequeña iglesia de la Santa Rosita calle llama al niño que asido de la mano de mamá de su Creador cada domingo se acuerda, papá con las dos pequeñas en la banca de a cinco están.

¡Qué bello es tener una familia! con quien jugar, con quien soñar, a quien valorar, saborear las nostalgias vividas cuando una vez más llegue hacia aquella casa pintada a veces verde, a veces amarilla, cada vez más grande, cada vez mas vacía, la casa de papá y mamá.

De: La casa de papá y mamá. Lima 2010
Víctor Abraham les saluda

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