Herta Müller: Escritora de los desposeídos.
"Mi madre había vaciado todas las habitaciones. En el cuarto donde habían velado el cadáver se veía ahora una gran mesa. Era una mesa de matarife. Encima había un plato blanco vacío y un florero con un ramillete ajado de flores blancas"
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"Tu padre tiene muchos muertos en la conciencia, dijo uno de los hombrecillos borrachos. Yo le dije: estuvo en la guerra. Por cada veinticinco muertos le daban una condecoración. Trajo a casa varias medallas".
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(De: Oración fúnebre. En tierras bajas)
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En el camino que lleva al tranvía, los arbustos de bayas blancas vuelven a asomar entre las empalizadas. Como botones de nácar que estuvieran cosidos en lo bajo, quizá incluso en la tierra, o como bolitas de pan. Estas bayas son demasiado pequeñas para ser cabezas de pájaros blancos moviendo el pico, pero no puedo evitar pensar en cabezas de pájaros blancos. A ustedes les toca dar el vuelco. Más vale pensar en la nieve moteando la hierba, pero hay algo ahí que se pierde, o tener ganas de dormir a causa de la tiza.
El tranvía no tiene horarios fijos.
Me parece escuchar su ruido, a menos de que sean los álamos con las hojas secas. Ahí llega, hoy me quiere llevar pronto. He previsto dejar subir antes al viejo de sombrero de paja. Cuando llegué, ya esperaba en la parada, quién sabe desde cuándo. No que esté decrépito, sino que también es magro como su sombra, jorobado y sin brillo. En su pantalón, nada de trasero ni de caderas, sólo sobresalen las rodillas. Pero si puede abstenerse de escupir justo cuando la puerta se abra, entonces voy a subir antes que él. Casi todos los lugares están libres, los revisa y se queda de pie. Y decir que estas personas tan viejas no están cansadas, que no se reservan la posición erecta para los lugares donde es imposible sentarse. A veces se les escucha declarar: en el cementerio, habrá mucho tiempo para estar acostado. Diciendo eso, no piensan tanto en morir, y además tienen razón. Eso nunca ha funcionado como tal, también hay jóvenes que mueren. Yo, me siento siempre que no estoy obligada a permanecer de pie. Moverse en la silla es como caminar estando sentado. El hombre me observa, se lo siente de inmediato en este vehículo vacío. Hablar, no tengo la cabeza para ello, si no le preguntaría si quiere una foto mía. Poco le importa molestarme con sus miradas insistentes. Afuera, la mitad de la ciudad desfila, árboles y casas para variar. A esta edad, las personas presienten antes las cosas que los más jóvenes, es lo que se dice. Este viejo tal vez presiente que hoy tengo en el bolso una pequeña servilleta, dentífrico y un cepillo para los dientes. Y ningún pañuelo pues no quiero llorar. Paul no se dio cuenta hasta que punto tengo miedo de que Albu me conduzca a la célula situada bajo su oficina. No le he dicho nada a Paul; si eso sucede, lo sabrá muy pronto. El tranvía avanza despacio. El sombrero de paja del viejo tiene un listón manchado, sin duda por el sudor o la lluvia. Para saludarme, como de costumbre, Albu me besará la mano babeando encima. "
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Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.
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