Llamados a ser artistas del espíritu


"El narrador y poeta de nuestro tiempo, como en cualquier otro momento, debe ser ante todo un artista del espíritu en el pleno sentido de la palabra, no sólo un predicador de los ideales sociales y políticos.(...) La literatura está obligada a dar la alegría y el escape que el arte verdadero siempre puede dar. Sin embargo también es cierto, que el escritor serio de nuestro tiempo debe estar profundamente preocupado por los problemas de su generación."



Con estas palabras, la noche del 8 de diciembre de 1978, el escritor polaco-estadounidense Isaac Bashevis Singer abría su memorable discurso en Estocolmo ante un auditorio selecto y académico. Esa noche era laureado con el Premio Nobel de Literatura de ese año.

Han pasado treinta y cuatro años desde entonces, y el mundo posiblemente ha cambiado, digamos que mucho, pero también es cierto que los problemas humanos se han agudizado, - y más que ese mucho, ya mencionado- sobre todo los personales e internos de cada individuo, esos que no podemos ver, esos que tienen que ver más con el lado inconsciente que con el lado consciente, esos que tienen que ver más con los nervios y la ansiedad patógena, esos que tienen que ver con la locura, y la absurda incomprensión de negarse a sí mismo a la trascendencia vital (El detalle, no está en vivir por vivir, sino vivir con sentido verdadero). Estos problemas individuales que han terminado desbordándose - lo queramos, o no- de sus mismos cuerpos para quedar sueltos en la sociedad. Estos problemas y trastornos individuales que han ocasionando un colapso generalizado en la escala más auténtica de valores formativos influyendo en los procesos colectivos solidarios.  Me explico, un individuo ataviado por tantos y tantos problemas que han ido modificando la estructura sensible de su alma, y al no poder resolver por sí mismo sus propias desvariaciones hace que inconscientemente busque un culpable en el grupo colectivo llegando a alterar el estado normal del otro, y lo que es más peor ocasionándole un dolor. El individuo, cual bestia nómade sale a buscar -en muchos aspectos- culpables, muchos culpables para sus propias desavenencias. Es probable entonces, que el problema más que social o colectivo radique en el espíritu del propio individuo.

Pero, por qué pasa esto. Sencillamente, por un descuido, un grave descuido de no querer atender las necesidades del propio espíritu. En un mundo cada vez más disociado en cuanto a fines comunes se refiere, por ejemplo, de amor, de solidaridad, de sinceridad, de progreso y desarrollo, de bienestar emocional, de confianza y de fe: requisitos vitales que exige nuestra propia condición para ser llamados seres humanos. (Me pregunto, sin el ánimo destructivo, sí crítico ¿Estamos en camino a ser realmente esos seres humanos que desde niños se nos ha dicho que somos?) En este mundo actual que nos ha tocado vivir, sí, sí en este mundo en el que los individuos están más preocupados por atender las necesidades triviales de los gustos y placeres del cuerpo, las necesidades del ego personal, las necesidades del consumo inmediato para triste consuelo de muchos, la aceptación y aprobación de los demás. Sí, en este mundo actual, éste, donde pareciera que cada día la deshumanidad se desborda más, sumiendo a su propia sociedad en la locura y la intolerancia, ya no sólo individual, sino diría hasta colectiva. En donde los líderes civiles, políticos y religiosos, no son tan líderes como parecen. En donde la fe misma en el hombre y en la mujer se va perdiendo de a pocos, hecho totalmente que más desilusiona a los menores. En dónde el valor educativo y formativo ha sido reemplazado por horas estrictamente lucrativas. En dónde cada individuo está imbuido en su misma "cárcel" espiritual, y preocupado por su misma necesidad. En dónde, ya todo pareciera estar echado para no vivir, sino sobrevivir como bestias enjauladas en selvas espesas de concreto y asfalto.

Problemas, problemas y problemas, pero quién propone soluciones aunque sean un poco extrañas. Necesitamos urgente reformas, muchas reformas, necesitamos ahogar a la deshumanidad en reformas, ahogarla en"reformas progresistas", de esas mal comprendidas, sí, sí, de esas mal comprendidas reformas esperanzadoras y progresistas. Necesitamos soñadores, paradigmas de la esperanza, educadores de la verdad, líderes que guíen a la libertad, familias que inculquen en sus hijos esa base espiritual, que no sé francamente por dónde está. Necesitamos ahogar al propio sistema no con sus mismas armas, sino con nuestras propias armas, y cuáles son éstas, nuestra fe, nuestra solidaridad, nuestra capacidad para amar y perdonar, nuestra confianza en los demás, y sobre todo nuestra propia decisión para actuar según nuestros propios códigos de verdad. Necesitamos rebeldes, pero rebeldes honestos, no malsanos. Necesitamos padres comprometidos con sus hijos, y Estados comprometidos con sus ciudadanos, donde no sea el armamento nuclear, o la publicidad nacional la prioridad sino la educación de sus niños, de sus adolescentes y sus jóvenes. Estados que amparen a sus ancianos y a sus desprotegidos, a sus madres laboriosas, que en vez de quitarles lo poco ganado les generen desarrollo personal.

Alguien me dijo una vez que soñar no cuesta nada, pero créanme que si cuesta, cuesta mucho, cuesta perseverancia y dedicación diaria, cuesta arriesgar lo poco que se tiene, cuesta hacer sacrificios, tal vez personales o qué sé yo. En fin, sacrificios. Sacrificios para cambiar este mundo. Anoche, un joven me preguntaba, y ¿qué es lo que te proponías a realizar para hacer posible todo esto?. En realidad, debo asumir ante todo que mi trabajo es la escritura, y que para un escritor no hay arma tan poderosa como la palabra, la palabra comprometida con la acción de lo que se perciba en el día a día, pero también con el espíritu, con ese espíritu humano. La idea es -pensé luego- seguir haciendo hoyos en las consciencias ciudadanas a fin de poder ser llenadas con reflexiones cada vez más agudas y más críticas capaces de generar cambios, cambios substanciales de orden espiritual. 

Finalmente, debo reconocer -como diría Bashevis Singer-, que el papel del escritor verdadero debe estar más cerca de ser un artista del espíritu, que de convertirse en un artista de la prédica propagandista y falaz. Un artista verdadero debe ser consciente que más y más niños cada día crecen sin la fe en Dios, que cientos de jóvenes de su generación están desorientados, que adultos y ancianos están desamparados que existen indigentes y a gran escala sin proceso de atención, mucho menos de recuperación. Un escritor verdadero no puede olvidar - ni esquivar- estas realidades existentes y nada tácitas, debe tomarlas como motor de preocupación en su trabajo de escritura diaria. El escritor verdadero no puede ignorar jamás, -ni separar-, la fe y  la trascendencia de sus escritos y pensamientos, so pretexto de una necesidad mayor de ego y de reconocimiento efímero en muchos casos. Le corresponde a él, ser un preocupado por sembrar la validez de la ética. Este hombre no debe y no puede olvidar jamás que se debe a esos seres más pequeños e indefensos, al margen de lo demás, sí, sí, como tampoco debe olvidar jamás que LO DEMÁS, EN MUCHOS CASOS ES LO DE MENOS.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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