Las ciudades grandes siempre
tienen mucho que enseñarnos. He aprendido mucho de los viajes, me han permitido
conocer gente, mucha gente, gente de todo tipo, lugares entre exóticos y no tan
exóticos, sortear dificultades y recibir alegrías esporádicas, en fin. Pero
estas cosas, sólo son el follaje de lo que representa y sostiene mi vida, mi
raíz.
Gran parte de experiencias que
ha asimilado esta joven vida mía, se han gestado al borde de esta pequeña
ribera llamada Buenos Aires, Buenos Aires del Perú como suelo citarla en
mis escritos. Una pequeña comunidad con gente tan común y sin embargo significativa.
Nací, propiamente allí, no en Trujillo como se piensa. Allí nací, allí nació
esta loca aventura de narrar y contar cosas, las salidas, las ilusiones, las
alegrías y las primeras vivencias, todas, absolutamente todas han quedado
grabadas en mi memoria. Allí aprendí a leer y a escribir, allí aprendí a
saludar a mis mayores, aprendí a ver la vida con silencios nostálgicos, aprendí
a sonreír. Se dice que las primeras experiencias forman y moldean en gran parte
el pensamiento final de un adulto, y creo que sí, que de eso se encarga el
tiempo. En mis memorias viajo, camino, recorro, conozco mucha gente, y sin
embargo vuelvo, siempre vuelvo.
Se dice que uno habla y
describe lo que sus ojos le han enseñado a ver, y debe ser cierto porque mis
ojos me han llevado a internalizar muy de memoria esas límpidas calles, algunas
anchas y otras cortas, entre polvorientas y coloridas fachadas, aún - aunque
pocas- están las casas antiguas de madera. Muchas casas están hechas de adobe y
caña como la mía, otras han crecido con el tiempo y se han revestido de
concreto. Sin embargo, están todas. La gente es sencilla, muchos van y vienen
cada día del centro de la ciudad, Trujillo, que queda a unos treinta
minutos. Muchos trabajan como empleados, y otros han preferido iniciar un
negocio propio en su casa. Hay muchas tiendas, bastantes. Dos únicos mercados.
Decían que uno era para la gente de otra condición, y la otra para gente como
la nuestra, sin embargo yo me las arreglaba siempre para comprar en los dos
lugares. Dos jardines pequeños, antes de que aparezcan tantos absurdos kinders. Actualmente
hay muchos niños, demasiados niños, creo que han sobrepoblado la
comunidad. Ellos temprano van a estudiar, todas las mañanas suelen pasar
cogidos de la mano de sus mamás. Las escuelas siguen siendo las mismas,
las mismas en las que estudiamos los chicos y yo. Las mismas palmeras, los
mismos sardineles. La plaza, que ahora de noche se ve iluminada por mágicas
aguas de colores ha sido cambiada, creo que para mejoras, antes había allí un
arco, que parecía más bien una nave interplanetaria. En realidad nunca supe lo
que llegó a significar. El mar, por último el mar, este maravilloso mar que de
no ser por su presencia, nada tendría sentido, ni habría sido posible tampoco
contar esta historia. Aprendí, que nuestra comunidad se llamaba Buenos Aires,
cosa curiosa, casualmente por los buenos aires que por allí corrían. Bueno, así
se dice, y debe ser cierto.
Cuando éramos pequeños con los
amigos de la cuadra, que ya no hay casi ninguno, muchos han emigrado como yo,
otros ya no están por circunstancias ajenas, ajenas sencillamente, pero no para
eso que todos conocemos como muerte. Los pocos que han quedado han
hecho raíces, han cimentado su vida dando nuevas vidas. Los viejos están
muriendo, supongo que llegará también nuestro tiempo. Pero no ahora, no aún,
han mucho por hacer. Me debo en mucha parte, en bastante parte a este
lugar, que como diría mi padre, tu lugar.
Allí han quedado retratadas en
mi memoria, varias imágenes desde el juzgamiento a un inocente pelícano por un
grupo de inescrupulosos chicos una tarde del 94´ hasta el día en que vi por
primera vez las enormes crestas de casi más de dos metros de olas furiosas que
parecían salir no sé si a saludar o a intimidar, en todo caso, cosa
verdaderamente admirable y curiosa, jamás sentimos miedo. Cuando
el contacto con la naturaleza se gesta a diario, ya se sabe lo que quiere ella
de nosotros. Allí han quedado las múltiples historias del ahogado, de la loca
Tina, del negro Mary, y tantas historias que ahora sólo me causan gracia. Una
enorme y verdadera gracia de nostalgia. Creo que allí está, allí estará, como
ya dije, siempre que vuelva. Recorrer latitudes y volver, volver a la matriz
principal de donde he sido creado.
Escribo esta crónica pequeña,
en memoria de la mucha gente que ha pasado por esta ribera, y también en
gratitud por quienes pasaron y se quedaron, se hicieron amigos, amigos míos y
de los demás. Una gratitud para quienes me acogen cuando regreso, infinitas
gracias para todos.
Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.
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