Franz Kafka y su dilema existencial de metamorfosis

"El camino verdadero pasa por una cuerda, que no está extendida en alto, sino sobre el suelo. Parece preparada más para hacer tropezar, que para que se siga su rumbo.  Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia. Interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificial levantado al derredor de una realidad artificial.
A partir de cierto punto no hay retorno. Este es el punto que hay que alcanzar.
El poseer no existe, existe solamente el ser: ese ser que aspira hasta el último aliento, hasta la asfixia.
En un tiempo no podía comprender porqué no recibía respuesta a mi pregunta, hoy no puedo comprender como pude estar engañado hasta el extremo de preguntar. Pero no es que me engañase, preguntaba solamente.
Sólo temblor y palpitación fue su respuesta a la afirmación de que tal vez poseía pero no era. "


De: Aforismos. Consideraciones acerca del pecado.

 ***

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la  cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto. 


- ¿Qué me ha ocurrido? 


No estaba soñando. Su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños -
Samsa era viajante de comercio-, y de la pared colgaba una estampa recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba todo su antebrazo. 


Gregorio miró hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el  cinc del alféizar repiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancolía. 


«Bueno –pensó–; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estas locuras?» Pero no era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara volvía a quedar de espaldas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró los ojos para no tener que ver aquella confusa agitación de patas, que no cesó hasta que notó 
en el costado un dolor leve y punzante, un dolor jamás sentido hasta entonces. 


- ¡Qué cansada es la profesión que he elegido! –se dijo–. Siempre de viaje. Las preocupaciones son mucho mayores cuando se trabaja fuera, por no hablar de las molestias propias de los viajes: estar pendiente de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que cambian constantemente, que nunca llegan a ser verdaderamente cordiales, y en las que no tienen cabida los sentimientos. ¡Al diablo con todo! 

(...)



- Estoy atontado de tanto madrugar –se  dijo–. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fonda para anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cómodamente sentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuese por mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a ver el director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mesa, ésa sobre la que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, como  es sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza. En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres –unos cinco o seis años todavía–, me va a oír. Bueno; pero, por ahora, lo que tengo que hacer es levantarme, que el tren sale a las cinco. 


Volvió los ojos hacia el despertador, que tictaqueaba encima del baúl. 
- ¡Dios mío! -exclamó para sí. 


(...)



La madre y la hija se levantaron y se dirigieron hacia  la ventana, ante la cual permanecieron abrazadas. El señor Samsa hizo girar su sillón en aquella dirección, y estuvo observándolas un momento tranquilamente. Luego dijo: 
- Vamos, vamos. Olvidad de una vez las cosas pasadas. Tened también un poco de consideración conmigo. 


Las dos mujeres le obedecieron al instante, corrieron hacia  él, le abrazaron y terminaron de escribir. Luego, salieron los tres juntos, cosa que no habían hecho desde hacía meses, y tomaron el tranvía para ir a respirar el aire puro de las afueras. El tranvía, en el cual eran los únicos viajeros, estaba inundado por la cálida luz del sol. Cómodamente recostados en sus asientos, fueron cambiando impresiones acerca del provenir, y concluyeron que, bien mirado, no era nada negro, pues sus respectivos empleos –sobre los cuales todavía no habían hablado claramente– eran muy buenos y, sobre todo, prometían mejorar en un futuro próximo. 
Lo mejor que de momento podían hacer era cambiarse de casa. Les convenía una casa más pequeña y más barata y, sobre todo, mejor situada y más cómoda que la actual, que había sido elegida por Gregorio. 


Mientras charlaban, el señor y la señora Samsa se dieron cuenta casi a la vez de que su hija, pese a que con tantas preocupaciones había perdido el color en los últimos tiempos, se había desarrollado y convertido  en una linda joven  llena de vida. Sin palabras, entendiéndose con la mirada, se dijeron uno a otro que ya iba siendo hora de encontrarle un buen marido. Y cuando, al llegar al final del trayecto, la hija se levantó la primera e irguió sus formas juveniles, pareció corroborar los nuevos proyecto y las sanas intenciones de los padres. 



Enlace al libro de "La Metamorfosis"


http://mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio/lb/k20028231352metamorfosis.pdf

Sobre el escritor: 


Escritor judío checo, cuya desasosegadora y simbólica narrativa, escrita en alemán, anticipó la opresión y la angustia del siglo XX. Está considerado como una de las figuras más significativas de la literatura moderna; de hecho, el término 'kafkiano' se aplica a situaciones sociales angustiosas o grotescas, o a su tratamiento en la literatura. Kafka nació en Praga (que entonces pertenecía al Imperio Austro-húngaro) el 3 de julio de 1883, en una familia de clase media. Su padre, un comerciante, fue una figura dominante cuya influencia impregnó la obra de su hijo y (según Kafka) agobió su existencia. En Carta al padre, escrita en 1919, pero publicada, como casi toda su obra, póstumamente, Kafka expresa sus sentimientos de inferioridad y de rechazo paterno. A pesar de lo cual, Kafka vivió con su familia la mayor parte de su vida y no llegó a casarse, aunque estuvo prometido en dos ocasiones. Su difícil relación con Felice Bauer, una joven alemana a la que pretendió entre 1912 y 1917, puede ser analizada en Cartas a Felice (1967). Los temas de la obra de Kafka son la soledad, la frustración y la angustiosa sensación de culpabilidad que experimenta el individuo al verse amenazado por unas fuerzas desconocidas que no alcanza a comprender y se hallan fuera de su control. En filosofía, Kafka es afín al danés Sören Kierkegaard y a los existencialistas del siglo XX. En cuanto a técnica literaria, su obra participa de las características del expresionismo y del surrealismo. El estilo lúcido e irónico de Kafka, en el que se mezclan con naturalidad fantasía y realidad, da a su obra un aire claustrofóbico y fantasmal, como sucede por ejemplo en su relato La metamorfosis (1915). Gregorio Samsa, el protagonista, un voluntarioso viajante de comercio, descubre al despertar una mañana que se ha convertido en un enorme insecto; su familia lo rechaza y deja que muera solo. Otro de sus relatos, En la colonia penitenciaria (1919), es una escalofriante fantasía sobre las cárceles y la tortura. Contraviniendo el deseo de Kafka de que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte, el escritor austriaco Max Brod, su gran amigo y biógrafo, los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que Kafka es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927). Pese a haber estudiado Derecho en la Universidad de Praga, Kafka encontró un trabajo en una compañía de seguros hasta que la tuberculosis le obligó a abandonarlo. Intento reponerse primero junto al lago de Garda y después en Merano, hasta que el 19 de abril de 1924 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde murió el 11 de junio de 1924. 


Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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