La escuela de Buenos Aires.

A Daniel Velásquez Padilla, y a los grandes amigos y amigas encinistas,
a quienes me une una gran fraternidad bonaerense.


No era exactamente así hace veinte años, pero sin duda debo tanto o tal vez más que eso a este lugar, a sus maestros y a su paciencia, y a los amigos que hice allí y que acompañaron mi niñez, algunos de los cuales aún puedo ver cuando regreso a Buenos Aires, ese pequeño y significativo poblado ubicado en algún punto del norte del Perú, origen de mi origen, raíz de mis raíces. A veces pienso que la niñez es esa ávida etapa en que el ser humano empieza a balbucear sus primeros intentos de interpretación y reconocimiento del mundo, que más adelante la madurez  cimentará. Sí, esa misma niñez que sólo es capaz de ser moldeada por las primeras vivencias diarias al interior  una escuela primaria. Lo que viene en adelante sólo es complementario, cognitivo, instructivo, de forma más que de fondo y de formación. Son las primeras vivencias y las primeras manifestaciones tempranas las que marcan la vida de un individuo. Ahora entiendo a Freud, a Piaget, a Ausubel, a Bandura, a Rogers, a Maslow y a tantos otros interpretadores de la mente infante que leí en mis épocas universitarias.

Como ya dije, debo tanto a esta escuela estatal que lleva el número 81025 - lo recuerdo por las interminables veces que la solía poner a inicios de cada año en las etiquetas de los cuadernos, mi padre los forraba-, pero sobre todo que lleva el nombre de un gran maestro y ensayista del Perú profundo, José Antonio Encinas. Tal vez, haya sido casualidad o no, ese hecho mismo de empezar mi vida escolar allí. Es curioso que por cosas del destino fortuito sin buscarlo y también sin saberlo muchos años después seguiría el camino de este insigne peruano y uniría mi futura vida a estas dos nobles tareas: la de maestro y de escritor. Jamás iba a imaginarme, que veinte años después me dejaría arrastrar por este tentador laberinto de pensar y de escribir, de escudriñar en la mente entre presentes, pasados y futuros con el único fin de sacar de estos mundos internos acepciones e interpretaciones, personajes con sus extrañas, absurdas y hasta desquiciadas vidas ajenas, emociones conmovedoras y conspiraciones rebeldes, en fin tantas resultantes que sólo nos ofrece el inimaginable orbe de la creatividad.

En el recuerdo de esta escuela 81025 José Antonio Encinas, han quedado atrapadas mentalmente las primeras experiencias que palpé de primera mano, el primer 20 en matemática - cosa curiosa que haya sido el primer examen de mi vida por sumas y restas-, las historias primeras que leí, los cuentos, las leyendas, la gran historia aún inverosímil para mí sobre la fundación del Imperio Inca- una gran historia de formación cultural de un pueblo que subsistió por casi trescientos años y que hoy a pesar del tiempo sigue siendo un orgullo para todos los peruanos-. Han quedado allí en este lugar, los primeros aprendizajes cívicos y formativos de respetar a mis mayores, y ser agradecido con todos, las primeras clases de Historia con sus héroes, sus próceres y sus precursores, pero también con esas masas deseosas de libertad e independencia. Han quedado retratadas las primeras clases de Ciencias naturales en las que aprendí con dificultad la variada taxonomía de la vida y su origen, apuntes que no comprendía aún, pero entendería a la perfección con los años, las primeras oraciones y el primer acercamiento a un  Dios que si bien no veía, me decían que se sentía. Las primeras clases de un lenguaje y ese interminable y delicioso mundo de las palabras que se convertirían con los años en las mayores armas para afrontar mi existencia vital. Recuerdo mis primeras aproximaciones a la gramática, a la sintaxis y a la ortografía y caligrafía, los dictados diarios y las competencias de concursos que se celebraban en octubre cada año. En fin tantas cosas que hoy han dado consistencia a mi presente vida.

No puedo terminar esta crónica sin dar gracias, sin dar esas totales e infinitas gracias a mis primeros maestros, a esos maestros encinistas quienes dejaron todo para hacer de nuestra generación hombres de bien, y de quienes bebí particularmente esos primeros conocimientos que se fueron perfeccionando luego. Gracias a ese buen maestro Hely León Navarretty, que me tuvo en su aula de clase durante seis años invariables, y a quién debo el mayor milagro intelectual que haya recibido en la vida: el hecho mismo de sumar, restar, leer y escribir. Gracias a los cuarenta y dos alumnos de esa promoción de primaria "María Reiche"del año 93´, de quienes aprendí el valor de la amistad y los juegos. Gracias a todos ellos de la manera más amplia y a tantas innumerables gentes que pasaron por mi niñez, las  mismas que siempre aparecen intempestivamente en la memoria a la hora de retratar los primeros cimientos. Recuerdo todo, absolutamente todo en mi memoria. Creo ahora más convencido que hay muchas personas que nos marcan, que marcan nuestra vida y más aún si ésta está unida a nuestros primeros años. Son nuestros primeros años los más trascendentes, y mientras más jóvenes seamos el impacto es mayor. Son estos los aprendizajes más significativos. Lo que viene luego, como ya lo he dicho es complementario.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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