La escuela de Buenos Aires.
A Daniel Velásquez Padilla, y a los grandes amigos y amigas encinistas,
a quienes me une una gran fraternidad bonaerense.
a quienes me une una gran fraternidad bonaerense.
Como ya dije, debo tanto a esta escuela estatal que lleva el número 81025 - lo recuerdo por las interminables veces que la solía poner a inicios de cada año en las etiquetas de los cuadernos, mi padre los forraba-, pero sobre todo que lleva el nombre de un gran maestro y ensayista del Perú profundo, José Antonio Encinas. Tal vez, haya sido casualidad o no, ese hecho mismo de empezar mi vida escolar allí. Es curioso que por cosas del destino fortuito sin buscarlo y también sin saberlo muchos años después seguiría el camino de este insigne peruano y uniría mi futura vida a estas dos nobles tareas: la de maestro y de escritor. Jamás iba a imaginarme, que veinte años después me dejaría arrastrar por este tentador laberinto de pensar y de escribir, de escudriñar en la mente entre presentes, pasados y futuros con el único fin de sacar de estos mundos internos acepciones e interpretaciones, personajes con sus extrañas, absurdas y hasta desquiciadas vidas ajenas, emociones conmovedoras y conspiraciones rebeldes, en fin tantas resultantes que sólo nos ofrece el inimaginable orbe de la creatividad.
En el recuerdo de esta escuela 81025 José Antonio Encinas, han quedado atrapadas mentalmente las primeras experiencias que palpé de primera mano, el primer 20 en matemática - cosa curiosa que haya sido el primer examen de mi vida por sumas y restas-, las historias primeras que leí, los cuentos, las leyendas, la gran historia aún inverosímil para mí sobre la fundación del Imperio Inca- una gran historia de formación cultural de un pueblo que subsistió por casi trescientos años y que hoy a pesar del tiempo sigue siendo un orgullo para todos los peruanos-. Han quedado allí en este lugar, los primeros aprendizajes cívicos y formativos de respetar a mis mayores, y ser agradecido con todos, las primeras clases de Historia con sus héroes, sus próceres y sus precursores, pero también con esas masas deseosas de libertad e independencia. Han quedado retratadas las primeras clases de Ciencias naturales en las que aprendí con dificultad la variada taxonomía de la vida y su origen, apuntes que no comprendía aún, pero entendería a la perfección con los años, las primeras oraciones y el primer acercamiento a un Dios que si bien no veía, me decían que se sentía. Las primeras clases de un lenguaje y ese interminable y delicioso mundo de las palabras que se convertirían con los años en las mayores armas para afrontar mi existencia vital. Recuerdo mis primeras aproximaciones a la gramática, a la sintaxis y a la ortografía y caligrafía, los dictados diarios y las competencias de concursos que se celebraban en octubre cada año. En fin tantas cosas que hoy han dado consistencia a mi presente vida.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.
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