El problema de los medios informativos en el Perú. (Parte I)

Un columnista que escribe para un diario popular hoy ha dicho: "Esta sociedad está engendrando cada vez más seres fríos, indiferentes e insensibles"- yo, supongo que esto ya no es novedad-, es más cita a Francisco de Quevedo, el poeta del Siglo de Oro español, habla de los tiempos de las cavernas, de una sociedad moderna macabra, malos hijos, ocupados padres, familias robóticas, gente que piensa en dinero, personas sin valores y sentimientos, sociedad de psicópatas, en fin tantos calificativos que han salido a relucir de manera mediática cuando sucede algo inesperado, como un crimen. (El problema es que esto no se soluciona hablando y denunciando un día, dos días, una semana, no así no se soluciona. Es más, esto es un trabajo diario y constante, no de uno, ni de dos días o semanas, sino de todos los días. Es un trabajo de enseñar todos los días, habiendo o no motivo mediático alguno.) Este columnista se pregunta finalmente "¿Pero, que estamos haciendo nosotros para lograr esto? Yo le respondería. Abra usted, la sección de fiestas y espectáculo de su mismo diario y de paso ojee la imagen que presenta el reverso de su periódico. Ahí, señor columnista, está su respuesta.

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El mercado televisivo peruano ofrece muchos programas -bueno al menos los de señal abierta-, pero la gran mayoría de ellos son considerados por sus mismos consumidores como apáticos y descartables porque tienen baja calidad estética y moral. Los propios líderes de opinión que se sientan cada noche plácidamente en sus reconfortables sofás frente al lente del televisor sólo quedan en corbatas y sacos -si son hombres-, y en muñecas de andar donoso y vestir refinado - si son mujeres-. Escudándose bajo la "bendita" libertad de expresión creo que corrompen más que cualquier ciudadano de a pie común y corriente. Esta sí que es una realidad muy, muy decepcionante. 

El problema es que éste no termina sólo en una decepción, sino que traspasa los límites de la pantalla reflejándose al televidente quien llevado por un puro intento de imitación busca copiar los modelos - a veces inconscientemente-. Hay quienes proponen coger el control remoto y mover el canal. El año pasado fui a una capacitación en la que se exponían muchos temas de índole valorativo. Todo iba bien hasta que al moderador se le ocurrió exponer un corte sobre una muestra de un programa que a decir verdad fue sacado del aire. Era uno de esos programas escandalosos y mediáticos en los que  la gente - artistas del medio- solían exponerse a crueles e insanas torturas psicológicas y físicas mientras cantaban. Era uno de esos programas estúpidos con  rating. (Es algo muy común en estos tiempos ver que estos programas como bestias televisivas se peleen por competir entre ellos mismos, cual caníbales. El problema es que no aportan nada, salvo carcajadas histriónicas en sectores populares.) 


Como ya dije la exposición de este corte televisivo en plena capacitación dio cabida a muchas opiniones poniéndose bajo el tapete esa palabra controversial para muchos y - con pena- utópica para otros: La libertad. A alguien se le ocurrió entonces hablar sobre la libertad - y precisamente la libertad de expresión y de acción-, hubo muchos debates, algunos acalorados e intensos. Recuerdo mucho que una señora en un tono muy drástico sentenció: "La culpa no es del programa televisivo, sino del que lo ve, quién les manda a ver esos programas." El moderador, entonces asintió como correcta y oportuna la participación de esta dama  Yo me pregunté, y se lo expresé a los dos dentro y fuera de la reunión, que dichas apreciaciones eran  correctas, sin embargo no podemos exigir a quien no está preparado para hacer lo correcto, menos tomar una elección correcta, pero qué es lo correcto para alguien a quien no se le enseña a ver lo que está mal o no está está mal. Más valdría pensar que es ahora el momento de empezar a enseñar lo que es bueno y lo que no es bueno.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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