Sobre los caminos de la verdad.
Lo importante es
saber dónde está la verdad
y repetirlo y
repetirlo cada día
a los mismos amigos
en el mismo café.
Julio Cortázar
Sabemos por historia general que los modos de
producción variaron a partir de la ya harta conocida revolución industrial -
máquinas que superaron el trabajo artesanal y manual-, hecho aparecido
entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX ,y que
cambió sin duda el nuevo panorama de las relaciones entre los individuos, los
flujos de poder, las relaciones humanas, la economía, pero sobre todo los
estilos de vida de los individuos. Precisamente esta nueva etapa abrió
nuevos horizontes al progreso industrial que con los años terminaría afianzando
la tecnología y la comunicación. Ha habido notables avances después de todo,
muchos aplaudibles y otros no tan aplaudibles.
Estos significativos
avances del industrialismo dio pie a un nuevo modelo que todos hoy conocemos
como capitalismo. El capital, obra humana de la necesidad por mejorar
materialmente, y vaya que esta necesidad ha quedado más que satisfecha. Con
este término aparecieron otros como por ejemplo: empresa, plusvalía, excedente
económico, fábrica, libertad económica, usufructo, propiedad privada, libre
mercado, renta, división del trabajo, producción, competencia, en fin tantos
variados vocablos que omito, ya que mi intención de escribir esta apreciación
va más allá de hacer una mera lista con datos y definiciones.
Hemos visto a lo
largo de la historia que la concentración del capital condujo a la formación de
empresas gigantescas administradas por burocracias jerárquicamente organizadas donde cada individuo era una pieza, una
pieza enorme y vital dentro de una máquina de producción organizada, que
habría de funcionar con suavidad y sin interrupción. Aquí el individuo
comenzó a ser manipulado y llevado a una esfera de consumo cada vez más grande
(en la cual éste supone que expresa libremente sus preferencias), del mismo
modo comenzó a ser dirigido y manipulado. ¿El alivio? Ah, sí la remuneración, eso está bien. ¿Pero,
qué hacer con la remuneración? Devolverla al movimiento cíclico del capital,
para esto habría que seguir promoviendo más y más campañas de consumo. Y sea
cual sea la forma de consumo la sugestión comenzó a funcionar con dos
propósitos:
a) Aumentar constantemente el apetito - hasta cierto punto
desmedido-, hacia nuevas adquisiciones cada vez más publicitadas, sofisticadas
y novedosas - no discuto el valor que proveen a la superación y mejoría
material, si escindo lo necesariamente importante y útil de lo
secundario y superficial.
b) Dirigir esos apetitos por los conductos más provechosos: la
comodidad relativa y la aceptación colectiva a través de la masificación de
modelos estandarizados que no existen más allá de la fantasía del que vende.
Así entonces el individuo pasó a ser el eterno consumidor cuyo único deseo
explícito, no lo sé si también implícito (eso lo sabe cada uno) era consumir,
consumir más y "mejores" cosas. Lactar cosas ya no necesarias, sino
innecesarias. Empezó a crecer la ambición desmedida por mostrarse superior al
otro por el sólo simple hecho de poseer.
Ha pasado mucho desde entonces, pero cosa contradictoria, esto se ha agudizado
más allá al punto de afectar no sólo los desniveles de vida, sino también las relaciones
humanas afectivas. Nuestro sistema económico está empeñado en crear esos hombres y esas mujeres
adecuadas a los requerimientos y necesidades, que como ya dije no sólo son del
individuo mismo y los de su familia, sino de terceros: los beneficiarios
directos, los organizadores y promotores de esta fiesta en la que sólo gozan
unos cuántos. Hoy el estudio de la macroeconomía está empeñado en mostrar
cifras exorbitantes que determinen aceptación internacional, al margen de la
aceptación popular interna - me refiero a los pobladores de a pie como usted y
como yo apreciado lector-. Hoy se requiere poner en evidencia seres que quieran consumir más, se ha de crear
hombres con gustos uniformes, hombres que puedan ser influidos fácilmente y de
cuyas necesidades puedan preverse.
Es obvio que hoy nuestro sistema necesita de hombres que se sientan libres e
independientes, pero sin embargo hagan lo que se espera de ellos, lo que se les
encomienden, que hagan lo necesariamente "justo y correcto" para la
empresa, hombres que encajen en el mecanismo social sin fricción, que puedan
ser guiados sin recurrir a la fuerza, hombres conducidos sin líderes
y dirigidos sin otro objetivo que el de "hacer todo bien para
encajar bien".
Aquí la autoridad
jamás desaparece, jamás se debilita, sino que se vuelve tácita y anónima y
opera bajo el mecanismo único de persuasión y sugestión.
En otras palabras,
para ser adaptable, el individuo de este tiempo, y me parece que de todos los
tiempos – aunque hoy es más preocupante-, se ve obligado a alimentar la ilusión de que
todo se hace con su consentimiento, aún cuando ese consentimiento se le
extraiga mediante una manipulación sutil. Ese consentimiento es obtenido a
espaldas de su consciencia.
¿Esto debe ser
llamado tiranía? ¿Hay víctimas? ¿Estamos caminando mal? ¿Cuál debe ser entonces
nuestro propósito como individuos dentro de una sociedad que se degrada lentamente
a merced del libre consumo, el confort superfluo y la insensibilidad? Son pocos
hoy los padres con el valor y la independencia suficiente para preocuparse más
por la felicidad de sus hijos mque por su “éxito” social, esto lo menciono por
puro deseo de ejemplificar este caos que
no creo que sea nada aliviante.
Albert Camus por ejemplo, hacía referencia que estamos obligados a mantener
firmes nuestra negativa a mentir respecto de lo que se sabe, a no mentir y a hacer resistencia a la tiranía. Del mismo
modo hablaba de ponernos siempre que podamos al servicio no de quienes hicieran la
historia, sino al servicio de quienes la
sufrían, y pienso ahora que allí está el
mayor reto que nos toca afrontar a cada uno de nosotros estemos donde nos
encontramos. Total, debe ser éste nuestro compromiso diario: un compromiso de
servicio a la verdad y a la libertad.
Pero, me pregunto,
¿cuál es esa verdad? ¿Dónde está esa verdad de la que hacen referencia Cortázar
y Camus? Acaso sea el mostrarse por fin como uno realmente es?, o el hacer por
fin lo que uno tanto ha anhelado y disfrutarlo?, y si la verdad que tanto
buscamos está cerca de nosotros, a nuestro lado manifestada en la persona que
queremos o en la familia con la que compartimos o en esos amigos que están allí
para ayudarnos? Conjeturas, muchas conjeturas, conjeturas mías al fin y al
cabo, pero de algo estoy seguro, que hay una gran verdad, sí la hay, y ésta es precisamente el hecho que somos
seres humanos, y son los valores- esos códigos de verdad absolutos asimilados
en nuestra primera formación de casa-, los que nos dan casualmente esa
categoría misma de seres "humanos" y por los cuales debemos seguir
apostando continuamente.
Del mismo modo
pienso que hoy y más que nunca es necesario creer mucho en la bondad de las personas,
creer en la educación como única fuente de desarrollo y creer en la intensidad
de las emociones como fuente de humanidad y consciencia social.
Finalmente no
importa si los caminos que tomamos para llegar a una verdad sean distintos, no
importa eso, de verdad no importa, lo que sí importa es llegar a esa verdad, la
misma que tanto defendía en vida Julio Cortázar, llegar a esa verdad,
percibirla por uno mismo y repetirla cada día con la misma fe, pero no sólo a
los mismos amigos y en mismo café como él mismo refería, no, no sólo a ellos,
sino -pienso-, que esa verdad debería ser repetida a la mayor cantidad de
sensibilidades posibles. Esto es al fin y al cabo lo más importante!
Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.
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