Sobre el compromiso y la sensibilidad


En un mundo plagado por tantas miradas indiferentes, por tantos silencios absurdos que parecieran dispuestos a hablar con el odio en la mano, por tantas mentiras que luego son disimuladas por sonrisas forzadas, en fin pobres vacíos que se niegan a llenar su existencia de amor porque piensan que el juzgar es mejor y allí están juzgando - y lo peor que para mal, ni siquiera en son de crítica constructiva-. Si en ese mundo donde pareciera que ya no hay espacio para el perdón, ni para la reconciliación salvo que se compartan los mismos clichés partidarios o niveles sociales. Si en ese mundo donde parecería que no hay camino, salvo camino a la degradación humana. Si en ese mundo es necesario hoy salir con otras armas contrapuestas totalmente a estas mencionadas amenazas, para una mirada indiferente, una mirada de aceptación; para un silencio, una palabra firme y sincera; para una mentira, una verdad, aunque tonta -pero, al fin y al cabo que sea verdad-; para un vacío acostumbrado a juzgar sin importarle aportar, actos de calidez humana, abrazos si es necesario; para esa condena falto de perdón, una reconciliación total, total - he dicho una reconciliación total-; y para esos caminos de degradación, sembríos de esperanza y de fe. 


(De Víctor Abraham en: Profesión del pensamiento. Lima. 2012)



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Querer con el corazón siempre, a todas las personas, a todas sin excepción. Sé que es duro y cuesta, lo digo porque es cierto; sin embargo es necesario, ahora más que nunca es necesario. Esta sociedad hoy hace más difícil ese querer con el corazón, sin embargo para eso estamos, para querer y dejarse querer. El orgullo no es a veces lo mejor. Hemos perdido tanto por hacerlo notar, tal vez más de lo que nos hayamos imaginado y ganado, sin embargo no hay marcha atrás. No la hay. Los yerros enseñan a hacer las cosas bien. Ofrecer disculpas y seguir. Seguir para adelante. Un "lo siento" nunca está demás como tampoco está demás un "gracias". Querer, querer con el corazón siempre y dejarse querer también con el corazón siempre, ojalá sea esa en adelante la mayor consigna que los años que han de venir nos hayan de demostrar.


Ya una vez escribí para una crónica que redactara el año pasado, y en la cual hacía varias anotaciones sobre esto que llamamos sensibilidad. Porque es mi trabajo y mayor motivo de estudio y comprensión para la construcción de mis escritos, el análisis de esto que llamamos: sensibilidad humana.


Aquí refería que: 

"La deshumanidad, la intolerancia y la brutalidad no pueden vencer a los nobles sentimientos y bondades del hombre y de la mujer. La vida antes que la muerte. La sonrisa antes que la tristeza. La emoción antes que el cálculo frívolo y trivial. Lo hermoso ante lo bello. Lo plural ente lo singular. El amor ante el encono. La solidaridad total, total. Ese es el mundo que debemos buscar, ayudémonos todos y démonos fortaleza. La meta es larga, pero no imposible." 

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Supongo que es mi deber como escritor, seguir los lineamientos de los buenos hombres y de las buenas mujeres. Muchas veces otros no somos más que continuadores de esa gran obra, somos instrumentos de una obra mayor, y pienso que esa es la armonía del espíritu producto de la sensibilidad humana. Comulgo con dos de mis maestros más serviciales, cuyos nombres sé que desde que los mencione opacan ya tremendamente mi persona. Debo mucho a sus enseñanzas y vivencias plasmadas en ensayos y escritos literarios, pero también a su perfil coherente de vida. 


He visto siempre en el francés Albert Camus - y supongo que seguiré viéndolo así-, un ejemplo de servicio, un deseo por hacer del arte un arte humano que es la verdadera esencia. Ninguna obra, nada que no lleve en su construcción impregnada esos ingredientes de solidaridad humana y compromiso social. Vale la pena. Pues tenía razón - y ahora lo siento más -, cuando decía que: "El artista se forjaba en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás; equidistante entre la belleza, sin la cual no podía vivir, y la comunidad, de la cual no podrá nunca desprenderse."


Es cierto, el artista no desdeña nada, está obligado a comprender en vez de juzgar, a combatir todo intento de mentira y falsedad y denunciarla. El artista obligado muchas veces desde su soledad y anonimato a no callar, a denunciar las tiranías y a resaltar las virtudes más pequeñas, hasta las más desconocidas, y claro, también a elevar el espíritu humano. Un artista que ponga su arte no al servicio de quienes hacen la historia cada día, sino en favor de quienes sufren los atropellos cada día, también he aprendido esto, y del mismo modo asumo mi compromiso de contribuir con mis palabras a estremecer el mayor número de consciencias posibles.

Del mismo modo, debo una comunión absoluta con el alemán Heinrich Böll,de quien he aprendido que todo artista no concibe en su vida más que la búsqueda y entendimiento por comprender su propio sufrimiento por vivir cada día - tal vez más que material, moral- al que, sin quererlo está atado. Son como él refiere, en el payaso Hans Schnier, uno de sus personajes, que son la miseria y la lucha con sus propios demonios los que engrandecen su visión y comprensión del mundo y de las sociedades que les circunda. 




La posibilidad de que convivan en el hombre actos e ideas, de la manera más coherente, sí es posible. Y más cuando esa voluntad está intacta cada día que amanece. Por eso, el escritor debe convertirse en un pulsómetro que mida cada vez-  y de la manera más eficaz y precisa-, esas sensibilidades humanas que no pueden ser ajenas a nuestro trabajo de interpretación y animación de consciencias colectivas diarias. Por eso es importante sembrar en nuestras generaciones venideras esos espíritus críticos, reflexivos, pero también emotivos y sensibles.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.

Víctor Abraham les saluda.

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