Entre lo ordinario y lo extraordinario

Pero los hombres somos así de ordinarios, qué hay entonces de extraordinario en nosotros si somos los mismos aunque nos neguemos a reconocernos como tan iguales a los otros hombres. ¿qué, qué como somos?, bien, reímos cuando hay que reír, jugamos cuando hay que jugar, rezamos cuando nos sentimos perdidos, ayudamos de pronto a alguien para sentirnos útiles, levantamos la mano y asentimos levemente la cabeza cuando hay que saludar, esquivamos la mirada cuando hay incomodidad, cocinamos, lloramos, nos abrazamos, guardamos silencios o perdonamos, en fin, muchas cosas. ¿Ves, has visto que somos ordinarios ahora? ¿Qué hay de extraordinario en nosotros? ¿Te has dado cuenta? Lo extraordinario implica más, cuesta más, lo extraordinario es hacer más, reír, pero más de la cuenta, jugar para no morir envejecido, rezar, rezar todos los días sin motivo aparente de hacerlo, ayudar, ayudar harto, ayudar demasiado no para sentir algo, sino porque queramos hacerlo, hacer de nuestro saludo diario un hábito repetitivo hasta hacerlo rutinario, nunca esquivar la mirada, cocinar pero más agradable y con sazón, llorar, llorar sinceramente, abrazar sin esperar a que haya que celebrar algo, no guardar silencios porque condena al interlocutor a una frustración desmedida, eso sí perdonar, perdonar abiertamente, perdonar aunque sea de boca, pero perdonar. Eso, eso es lo que hace a un hombre extraordinario. 

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

Comentarios

Entradas populares