Los latidos secretos del corazón


Decía en 1981 el escritor estadounidense Raymond Carver en su libro: "¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?", que a esa especie de amor físico, ese, definido por una sucesión de impulsos que hacen que una persona sea arrastrada hacia otra de una manera concreta y orgánica, se compensaba esa otra cara del amor- y pienso que tan importante como el primero-, ese, ese amor que inspira el ser de la otra persona, que inspira gratitud, generosidad recíproca y servicio.

Pienso que nos pasamos la vida tratando de encontrar a una persona tan similar a nosotros - al menos sino en forma, en fondo- que cuando la encontramos dudamos de que sea esa persona la indicada haciendo en nosotros -en nuestra razón- todo lo imposible para demostrarnos que no lo es, que no es esa persona la indicada o la esperada, cuando la realidad del conocimiento diario poco a poco termina evidenciando lo contrario hasta hacer renacer esa esperanzadora corazonada que durante años ha alimentado nuestra vida. Me pregunto, ¿quién es realmente el ser indicado para una persona?, seguro que ese ser indicado no existe, se va haciendo en el camino del afecto, al menos no en definición, de precisión, ni de exactitud. Nunca se está definido quien ha de llegar a nuestra vida de la forma más esperada. El amor es tan relativo como inesperado. A veces las situaciones más insospechadas, raras y extrañas terminan por sobrecoger a nuestras emociones envolviéndolas luego en explosiones impetuosas de deseo físico, carnal y orgánico, pero también en explosiones afectivas de cariño y de reciprocidad. Ambos tipos de sensaciones enriquecen el enamoramiento.

Si bien es cierto, el primer acercamiento - cosa invisible e variable del destino o no- nos deja dudas, desconciertos, pero también curiosidades y esperanzas. Esto, es sólo el inicio, porque lo demás viene luego, lo demás entendido como ese segundo paso a dar, el paso del descubrimiento, y finalmente el del conocimiento.

En una relación nada es perfecto. Hay alegrías muchas, como también desdichas, porque en realidad - y seamos justos en reconocer- todo es así de contradictorio, de irresoluto, y sin embargo al mismo tiempo hay fe, hay afecto, y hay renovación. Nadie es perfecto, ella no lo es, tampoco lo soy yo, lo sé, lo sé mucho, y sin embargo es necesario quererla, es necesario querernos a pesar de nuestros tantos desvaríos emocionales. Porque todas las personas - entendámoslo bien-, estamos hechas de desvaríos emocionales no cubiertos durante nuestras primeras experiencias de vida, siendo lo más triste el hecho de terminar negando esto a los ojos de los demás debido a nuestro miedo por mostrarnos vulnerables y desvalidos. Creemos tapar estos huecos y vacíos con momentos fugaces de mezquino confort, ya sea de orden sexual o de reconocimiento social, en fin. En realidad, pienso que todo esto no hace más que agravar el problema de lo que yo llamo la  no aceptación de nosotros mismos.

Por otro lado, desde adolescente siempre escuché decir que las personas dentro de una relación siempre buscaban la estabilidad, y estabilidad de todo tipo: mental, emocional, económica, qué sé yo. Pienso, ahora años más tarde, que la estabilidad es algo utópico de alcanzar, es más no existe estabilidad, ya que nuestras vidas dialécticas y de realización cambian continuamente en función de nuestra edad, nuestra posición social y nuestros intereses, no existe en realidad eso, sólo existen momentos de dar y recibir, de querer y de odiar, de acusar y de perdonar, de gritar y de callar, de gastar o no gastar, de hacer el amor en ornamentales habitaciones, o simplemente no hacer nada, de llorar y de reír, no más que eso, esa es la realidad, lo otro, ese deseo de estabilidad sólo es ficticio, ¡somos seres humanos por Dios!, y con nuestras falencias y aciertos debemos buscar más bien la comprensión y la aceptación real, es difícil, lo sé mejor que nadie, tanto como sé que también es necesario trabajarla. Es mejor hacer el esfuerzo mutuo por construir y cimentar, que hacer por separado la demostración de agrado por el otro.

Cuando conocí a Magaly Victoria, vi en ella algunos rasgos que tenían similitud con los míos. Eso, es lo que más me atrajo de ella, rasgos como la sencillez, el deseo mutuo de sentir regocijos y ternura el uno por el otro, esa gentileza y disposición  a los problemas de los demás, ese espíritu noble y soñador de afrontar las cosas del mundo. Yo no la conocía a ella, y sin embargo pienso que ella estuvo siempre allí. Me parece que siempre estuvo allí, y no lo digo sólo por esa tarde de primavera que fue el día del conocimiento mutuo, sino por todas esas tardes que me ha tocado estar junto a ella, lo digo, por esos momentos que hemos compartido desde entonces, no han sido muchos, pero creo que han sido los suficientes para ayudarme a entender todo esto que se llama amor afectivo o lo que yo llamo consentimientos de felicidad, en fin. La quiero, pero ante todo la amo. A veces creemos saberlo todo y sentirlo todo, y sin embargo no sabemos nada, ni sentimos nada más allá que no sea esta lógica tan significativa que implica el dar y recibir, pero sobre todo el dar. Al margen de lo demás estoy orgulloso de ella, no por lo que parezca a los ojos de un buen crítico, sino por lo que me ha demostrado ser. No necesito creerla perfecta, sí, en cambio necesito sentirla, sentir lo que piensa a través de sus alegrías.


A veces las cosas del amor son así, como diría Raymond Carver, en el amor no somos más que principiantes. Debe ser verdad, al menos eso creo, queremos ver de pronto las emociones del corazón del otro para estar seguros, pero seguros de qué, no, no hay nada que no sepamos por nuestros presentimientos de aceptación y gestos de aprobación, eso es suficiente. Creo que en estas cosas del amor, lo mejor es hacer más que decir, demostrar más suponer, dar más que recibir, perdonar más que ofender, entender más que juzgar, ayudar más que silenciar, en fin, porque jamás podríamos decir que amamos a alguien, o consideramos a alguien sino hay de por medio esa aceptación primero, y esa valoración después. Lo demás resulta innecesario. En este contexto tan actual que nos envuelve donde el afecto ha quedado supeditado a los llenados de vacíos pasajeros y las emociones han quedado subordinadas a los logros profesionales -en muchos casos desmedidos y cosificados-, se hace necesario la aceptación del otro, pero también el compromiso de fortalecimiento mutuo. Total, aquí las palabras sobrarían, si no hay acciones que den fortaleza a esos sentimientos, dejar lo tuyo y lo mío, por lo nuestro, creo al menos que es mejor eso: Lo nuestro.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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