Del hombre que es escritor, pero sobre todo ciudadano
La función ciudadana de la escritura
Al escribir esta última crónica del año me sobreviene al pensamiento las 58 que han precedido a ésta, todas escritas a lo largo de estos doce meses. En muchos casos constituidas y estructuradas bajo las formas de fragmentos narrativos, poemas sueltos , aunque muy pocos, tal vez mínimos, escritos de análisis y de cuestionamiento, ensayos, apuntes psicológicos, algunos otros cargados de matiz filosófico, en fin..., también subyacen a ésta, escritos y apreciaciones diarias como diarios pequeñas, como pensamientos libres y sueltos, como breviarios anecdóticos, como ligeras percepciones y anotaciones de lo que un individuo puede ser capaz de observar, de recoger, de mirar e inclusive de afirmar o rechazar cuando está convencido que su trabajo no es inmediato, al menos no en los resultados que espera, sino que la solidez y forma de éstos requieren de un tiempo prudencialmente largo, paciente, sacrificado, algunas veces insospechado, y hasta obstinado, pues la tarea del escritor es así, una tarea que calza perfectamente con el oficio del eterno joven titán Atlas de la mitología griega que consistía en sostener bajo sus hombros las columnas que mantenían la tierra separada de los cielos, o como el oficio del inmortal Prometeo, quien en su afán de solidaridad con la humanidad se es visto a robar la luz, el calor, el conocimiento de los dioses para dárselos a quienes él considera sus amigos, los hombres. En Atlas, y su eterna responsabilidad, su resistencia estoica para evitar que el peso de los destinos de los cielos caiga sobre los destinos de los hombres, o en Prometeo, y su eterna astucia para burlar a quiénes él considera los elegidos, pienso que está representado metafóricamente dos de las principales tareas de quién lleva bajo su consciencia el espíritu de la creación, y en la palabra escrita, el espíritu del compromiso y de servicio, el escritor.
Como Atlas, el escritor está destinado a sobrellevar sobre sus hombros el cuestionamiento eterno que hace de las consciencias colectivas de su tiempo con el fin de equipararlas a lo que él considera ideal, una sociedad o cultura ideal. El escritor -que también es un ciudadano- se obliga a sí mismo a reformular pareceres que se asumirían como normales, dogmáticos, aplicables y hasta saludables de aplicación, escondiendo en sus estructuras e intencionalidades más internas lo contrario, lo bajo, lo oscuro y absurdo, lo malo, lo maquiavélico que es necesario sea sacado a la luz y puesto a los demás para la reflexión. Nuestras sociedades también dividen a sus individuos en dos grandes esferas permitiéndoles agruparse entre sí según rasgos culturales y sociales, para dejar en evidencia luego, entre sus manifestaciones, lo de arriba y lo de abajo, lo moral y lo amoral, lo agradable y lo detestable, lo consciente y lo inconsciente, lo racional y lo irracional, lo crítico y lo permisivo, lo verdadero y lo falso, en fin, lo bueno y lo malo. Y es menester - y debe ser siempre- del escritor contribuir al entendimiento de estos grupos para acercarlos hasta equipararlos en ese gran rango que se llama condición humana, condición verdaderamente humana.
Por otro lado, Prometeo, nos recuerda la astucia para burlar a los elegidos, porque no sólo éstos son conocedores de la verdad, de la luz, del calor, sino que también pueden acceder a ella, a esta sabiduría seres mortales, seres sencillos, hombres de a pie como usted o como yo que no hemos ganado nada, pedido nada, ni proferido nada, que todo lo guardamos en el corazón. Total, nadie tiene la verdad absoluta, todos somos especuladores, y los escritores son los más grandes en este oficio de especular. Siempre he creído que no existen, que no existen personas malas, sino mal orientadas y mal encaminadas, que sus actos son los malos, y no ellos porque su esencia está en ser buenos, su esencia está hecha de bondad porque han sido creados por amor, por amor de dos seres que se llaman padres, y a quienes es necesario honrar y proteger mientras dure su existencia, sin importar las frivolidades judiciales, malsanas y burocráticas que intentan hacernos creer que denunciándonos entre nosotros podemos ser mejores, cumplir nuestras obligaciones, salvaguardar nuestras familias de ésos que la sociedad llama mal padres, pero que no les dio en sus tiempo el soporte educativo para tentar la otra vía de la ejemplaridad. El escritor está llamado a la comprensión de éstos, de los que se han equivocado. Él está llamado a ponerse al servicio de los que menos tienen, de los que menos conocen, de los que se han equivocado, de los que son los últimos y maltratados, los débiles y hasta mal adjetivados de "ingenuos", y "tontos", con el fin de extraer de ellos lecciones de vida, y de hacerlos partícipes también del conocimiento, de la luz, de la regeneración individual.
El compromiso de ser peruanos

El agradecimiento
No podría terminar esta crónica sin agradecer a todos, a todos y a todas que hacen posible que este peregrinaje iniciado hace mucho tiempo atrás sea - y siga siendo- aún consecuente, porque los peregrinos son así, así de extraños y paranoicos en sus resultados, maniáticos de sus virtudes propias y de las ajenas que observan, he allí el genial ejemplo que el novelista danés Karl Adolph Gjellerup nos muestra en su "Peregrino Kamanita" quien en su intento por acercarse a la verdadera certeza divina descubre que ésta solo es posible y está contenida en la comprensión de los hombres. Me imagino ahora a mi padre, y a los miles de padres que intentan inculcar en sus hijos valores convertidos todos ellos en "Enmanuel Quint, ese loco en Cristo", para cuya única verdad de vida y redención- según su autor el dramaturgo alemán Gerhart Hauptmann- está en asumirse así mismos como íconos de los valores universales encarnándose para ello en héroes solitarios, incomprendidos y hasta desdeñados por una sociedad adversa y contraria a los principios que intentan formar, en su afán de mostrar a sus hijos los caminos de las virtudes mas humanas que no deben ser dejadas ni apartadas de los hombres y de las mujeres. Gracias a esos padres, y a los hijos que hacen caso a esos padres. En fin.

Un abrazo grande cargado de un inmenso saludo afecto para todos, y un buen año también.
Esta vez no les escribo desde Lima, sino desde Buenos Aires, Buenos Aires del Perú como suelo llamar a tan acogedora ribera a la cual debo mis primeros años de formación.
Víctor Abraham les saluda.
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