Treinta y un años después: Apuntes para una degradación humana.

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Tenía razón, tenía razón, después de todo Moses Herzog tenía razón, a setenta y cinco años de haber nacido- y cosa verdaderamente curiosa porque nació viejo, siendo profesor y con una frustrada y neurótica necesidad de escribirlo todo desde escribir a un héroe hasta escribirle a un muerto-, porque los personajes de las historias fortuitas de la vida somos así, caminamos confundidos entre las gentes sin ser percatados más tanto menos que nuestros creadores, yo, también profesor, neurótico y viejo, jamás hube de haber admirado a nadie que no haya sido un melodramático norteamericano de nombre judío, y un payaso alemán de corte escéptico, y debo confesarme a mí mismo que cuando los personajes encontramos nuestros pares, nos quedamos así, así de apareados por pensamientos y revoluciones, en fin. Como decía, hasta hace unos pocos treinta y un años - porque fue más o menos la época en que nos conocimos, en que hube de habérmelo cruzado por mi vida existencial una tarde otoñal de mayo-, y es que me parece como si hubiera sido ayer todo: el lugar, las circunstancias, los ropajes, y las palabras-, porque es cierto yo tenía entonces treinta y uno en ese entonces, era algo delgado y sin rumbo fijo como hasta hoy, eso sí con una solidez única de principios cuyos campos de acción eran- y siempre fueron -las consciencias individuales y colectivas, sí, sí, eso mismo, en fin.

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La-conciencia-individual.html
Ya dije, (refiriéndome a Moses) que después de todo había mucha certidumbre en sus pensamientos, y es que a propósito de ello, en los espíritus visionarios y sufrientes como nosotros siempre el pensar, el prevenir, el vislumbrar, y hasta cierto punto, el orientar se nos es ofrecido dionisíacamente por fuerzas extrañas, y creo que son nuestras personalidades difusas y nuestras divagaciones mentales las que obran este extraño poder de adelantarnos a nuestro propio tiempo- espacio inmediato. Coincido y reafirmo con una vaga tristeza que la vida de cada ciudadano si hace setenta y cinco años estaba convirtiéndose en un negocio, hoy, tres décadas después, ha terminado agudizándose con la mayor desidia abierta generalizada y abyecta sin que nada ni nadie haya podido detener: realidad que se ha hecho desde entonces más fuerte, creciendo, colmando y alimentándose a merced de la mediocridad insana colectiva diaria que terminó rebasando y minando sus pobres y propias consciencias humanas.

Es que un payaso, un melodramático, o un neurótico como yo no fuimos suficientes cuando advertimos en su momento estas cosas. Fuimos nosotros tildados de neuróticos, de radicales, de aburridos y hasta de insanos porque no complacimos  las demandas culturales de nuestros espacios físicos. Las generaciones de charlatanes del pasado - esos viejos que cada noche salían en las pantallas de televisión o en algunas columnas de diarios desprovistos de toda ética sana, y que fueron aplaudidos, sino servilmente por lo menos ignorantemente- ya no están físicamente, desaparecieron, y con ellos: sus teorías de la economía liberal, de los subsidios hipotecarios que dejaron a muchas familias al desamparo y al desconsuelo, de la educación sin contenido moral validada únicamente por cuantías porcentuales mediatas, sí, sí, desaparecieron los que escandalizaron a la población haciendo de titiriteros y cortineros de humo, porque hace treinta años todo era así, y nadie se percató de ello. He aquí los resultados que recién se están empezando a observar, una degradación sin marcha ni retroceso, en fin.

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Señor Moses, como escribiría Usted en una de sus cartas sin destinatario fijo ni publicación precisa, que una de las peores interpretaciones que la historia, ya no del futuro, porque es el futuro, lamenta hoy, es que el sentido de la vida humana haya quedado relegado a eso mismo, a un negocio patético y consumista que no sólo dañó las relaciones humanas, sino al interior de ellas: sus confianzas. Indudablemente, que la indignación basta y sobra para llamar a todo esto injusticia, pero no me refiero a una injusticia social donde unos imperan sobre otros, sino a una injusticia personal donde uno impera sobre sí mismo, porque - y hay que decirlo y debo comunicarle- que cada uno supo lo que estaba haciendo, y a dónde caminaba, y sin embargo, nada o muy poco hicieron para contrarrestar esto, simplemente, decidieron que lo mejor era estar al margen debido al temor de no haber podido encarar por una única vez en su vida, su característica de distintos y que hoy viven con la nostalgia de no haber sido lo que debieron ser en su momento; muy pocos, muy pocos Sr. Moses hicimos algo, algunos que lo intentaron en muchos casos fueron comprados por poderes adquisitivos de su tiempo que supieron embadurnarlos en premios, en  reconocimientos, en cargos públicos, privados o eclesiales, en salarios exorbitantes, en condominios que sólo sirvieron para ilusiones porque los cimientos jamás fueron fuertes y cayeron, merced de los contratos corruptos de obras que se hicieron entre gobiernos y constructoras, fue un gran grupo ese. Los otros Señor, fueron desaparecidos, se exiliaron con sus familias porque debían protegerlas y escapar, algunos quedaron internados en sanatorios psiquiátricos o casas de retiros convencidos de que habían hecho algo malo, algo considerado más que un pecado mortal, su maldad era haber renegado contra el orden social impuesto y sus normatividades, y su castigo era por tanto, el desempleo y el infortunio- cuándo no la indigencia- que los llevó a una suerte de locura segura. Sólo pocos escapamos a este deseo de despedazar las pocas esperanzas que nos quedaban, vivimos aquí en medio de la gente, mezclados, pero a la vez sin nombres ni apellidos. Yo con suerte, sé que tengo aún el mío, y ése, ése Señor Moses Herzog es Isaac Jeremías, en otro tiempo profeta sin tierra, un tipo que ha reído las veces suficientes para poder olvidarlas, pero también ha llorado las veces necesarias para poder contarlas.

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Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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