Apuntes para un libro de los pensamientos.
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Mi padre siempre creía que parte de la felicidad de las personas
radicaba en encontrar finalmente a su par, sí, sí, a su par sentimental, luego
de tantas peripecias y trajinares afectivos que uno suele experimentar mientras
se está vivo. Indefectiblemente que una unión conyugal, sí, esa misma que nosotros
conocemos como matrimonio, es algo maravillosa, no tanto por la celebración en
sí misma, sino por el arraigo indisoluble que ésta trae consigo para los seres
que se aman y asumen un compromiso, y que sin lugar a dudas sirve para
fortalecer el camino personal, en fin. Hoy en día, precisamente cuando
elementos tangibles de nuestra sociedad crean barreras frívolas de obstinación,
de orgullo y de prejuicios insanos se hace necesario una mayor apuesta por la
felicidad dual desde donde se ubiquen nuestros afectos por el otro y para el
otro, y no tanto por nosotros mismos, total, siempre ha de prevalecer la
esperanza. Luego, los obstáculos siempre habrán de estar presentes, pero estos
no deben vencernos ni dejarnos arrastrar por la esquivez ni la indiferencia, al
contrario ha de ser imperioso que nuestra entereza, nuestra prudencia, nuestra
templanza y nuestra fidelidad siempre prevalezcan.
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La libertad de elección es una cosa maravillosa, tanto
como el servicio del dar, pero ambos llevan consigo un increíble riesgo,
incluyendo el riesgo de una rebelión fortuita o intencionada, y la posibilidad
de que el amor real pueda ser rechazado en algún momento, y hasta mal
interpretado. Luego, el amor verdadero no puede venir de una criatura
preprogramada, el amor verdadero no puede ser forzado ni fingido, tampoco el
dar, ambos deben ser voluntariamente dados de manifiesto.
De: Profesión del pensamiento
Víctor Abraham
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