Definiciones. Capítulo XXX

Pienso que el gran problema de la mayoría de nuestros escritores e intelectuales del pasado es que no atendieron ni cuestionaron duramente la consciencia moral ni los juicios éticos de valor de sus propias sociedades a partir de sus propias consciencias individuales, y me temo - con relativa pena colmada- que tampoco interesa ésto a los escritores e intelectuales de este tiempo. Cómo podría yo, denunciar algo, que yo mismo ejecuto en cada pasaje de mi vida bajo la acepción extraña de "nadie es perfecto...", en fin. Se habla de delincuencia en las calles, pero no se habla de lo que se está logrando al interior de las escuelas, de lo que están logrando los maestros al interior de las escuelas, se denuncia el mal manejo político de las autoridades, corruptelas, desidias y otras cosas, pero no se analiza a nivel personal el manejo ético de cada sujeto en la sociedad. Yo no podría pedirle a un joven que respete a su madre, si yo no respeto a la mía, como tampoco podría hablar de consciencia ciudadana a adolescentes cuando en mi prioridad no está el ejercicio axiológico personal que me obliga a ser un ciudadano correcto, en suma cómo podría yo decirle a una persona cualquiera que haga algo bueno cuando mi esencia no está definida por la bondad, cuando no hago- y lo que es peor- no intento hacer algo bueno. Luego, pienso que la consciencia de un valor cualquiera que sea éste, da la libertad al hombre, por lo tanto le confiere responsabilidad, un deseo de acción y una fe en el futuro.
¿Me preguntaste anoche que soy yo? ¿no te basta con todo lo que hemos hablado? ¿No te basta con lo que conoces de mí? ¿que más puedo decirte para que me conozcas?, dime, ¿qué más?, soy escritor, profesor y periodista, aunque he trabajado en todo y de muchas maneras, he conocido a muchas personas en mi vida entre buenas, malas, sencillas y funestas y a quiénes he tenido que sobrellevar, en algunas casos perdonar, y en otros tantos recurrir a su perdón para aliviar en parte mi consciencia. Soy un hombre con mis propios planes de vida definidos, con mi rutina habitual de escritura por las noches, mis cenas relativamente austeras, y mis repentinas salidas fuera de la gran ciudad que me obligan a permanecer por estadías cortas ocasionalmente en Buenos Aires en donde están mi madre y mis hermanas. Un hombre para cuyos ocasionales estallidos de ánimo que se contrastan entre sí mismos, van y vienen al punto de dañar algunas veces a quiénes más quiero, acostumbrado a mis asiduos paseos solitarios de madrugada por estas calles de Lima, ciudad a la que he llegado a querer tanto (es más, diría que nunca me he sentido tan cómodo en ningún lugar como me siento acá); con una mujer que conocí una tarde de septiembre, y a la que amo hasta el delirio, con unos deseos irresistibles de tocar todo, absolutamente todo por medio de la palabra escrita y hablada- porque hay dos tipos de palabras-, con las palabras de mi padre que se convierten cada cierto tiempo de pronto en una especie de moral sobre los hombros que me cuestiona cada día, y con unas experiencias del pasado que me atormentan cada día, ah, ya está, ya está, ya ves que ya está, que ya te dije esto.

¿Sabes?, ¿sabes algo más?, te voy a confesar algo más, son mis escritos y mis libros, no los que he escrito, sino los que leído- y sus autores que han actuado como maestros míos- los que me han servido como tabla de salvación frente a muchos intentos de desesperación segura, e inclusive de desarrollar cierta locura somática irreversible, en fin. Pienso luego, que de no haber sido por ellos, por estos formidables obreros de la palabra escrita, y sus ejemplos de vida otro hubiera sido el virar de mi existencia. ¿amigos, amigos, que sí tengo amigos?, tú, tú eres mi amiga. Te estimo mucho, y eso lo sabes.
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Apuntes para el libro de: "La degradación humana". Lima. Perú. 2014.
Víctor Abraham les saluda.
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