Filosofía de vida


Pienso que mi mayor defecto social siempre ha sido, al menos por lo que he podido percibir por mí mismo, el de ser un instigador permanente, un individuo contrario a los convencionalismos, para cuyos defensores: mis actitudes siempre han resultado incoherentes, sarcásticas, y no gratas. Tal vez ello explique el porqué de mis declinaciones laborales constantes y mis sobresaltos abruptos emotivos y temperamentales. Tal vez ello explique mis silencios temporales, mi necesidad imperiosa de escribir todo y de describirlo todo, de decirlo todo de una sola vez, en fin. Creo que vivir mis primeros años en Buenos Aires – y no me refiero a la capital argentina, sino al pequeño espacio físico que contuvo y albergó mi niñez, y que está ubicado en una provincia norte del Perú- ha ayudado mucho en mi formación personal dándome en parte esa configuración mía que hasta hoy me delinea.

Sin duda, creo que mi madre ha sido la gestora de toda esta extraña configuración personal mía libertaria, creo que la hermosa gente que me rodeó esos primeros años allá me dieron ese matiz de cuestionador puro a partir de sentirme con ellos mismos de pronto necesitados. Digo exactamente lo que pienso y a partir de allí escribo, cuestiono, cuestiono mucho lo que debe o no establecerse como convencionalidad a partir de la coherencia que pueda observar. Ese moralismo exacerbado que me percibe creo que es una herencia que recibí de mi padre, recuerdo mucho una frase que una vez me dijo hasta hoy retumba como címbalo, “hacer lo correcto”. La otra noche le dije a Magaly Victoria, ¿has visto?, ¿viste que todo lo que he aprendido de escritura se lo debo a esos viejos maestros entregados a hojas empolvadas y amarillas? ¿Sabes que le debo todo a estos creadores y a sus ejemplos firmes y claros?

Yo respeto mucho los binomios destino- tiempo, y tiempo- espacio, porque creo que a partir de allí el individuo es capaz de posicionar su existencia sobre algo concreto, y a partir de allí materializarlo. Total, la libertad consiste en eso, en ser materializada a partir de los actos, y de cómo estos nos hacen sujetos de desarrollo. Yo creo en la libertad, la defiendo, pero también soy consciente de las consecuencias que ello acarrea cuando no se está moral ni intelectualmente preparado para recibirla como experiencia del pensamiento y del acto. En fin, todo esto que escribo ahora no es sino, es un puñado de conjeturas propias, de inferencias propias a partir de un acucioso sentido común de interpretar la vida.

Por otro lado, trato en lo posible, de no mentir, ya que si incurro en ello, luego me siento acusado ferozmente por mi propia consciencia. Recuerdo entonces, a Saramago que dice en uno de sus diarios personales, y publicado(*) luego, “la gente tiene necesidad de que le hablen con verdad”. ¿Académico?, una vez alguien me preguntó esto, no lo acepté, sin embargo no puedo negar que me gusta mucha la teoría, y más si se trata de filosofía, o de psicoanálsis, y claro, debe ser también porque soy profesor, y mi ámbito de trabajo siempre requiere de libros. Aunque – valga la sinceridad de afirmar- cuando me enfrento a esa propia manera mía de entender el mundo a partir de toda lógica existencialista, no puedo ser ajeno a que se me enturbie de pronto la esperanza- que supongo aún se mantiene viva gracias a esa suerte de formación espiritual que desde niño me ha perseguido-, en fin.

Soy Víctor Abraham, el mismo, el creador e instigador, el que está escribiendo esta nota, ese aquel que gusta de caminar por las noches hasta entrada a veces la madrugada, el que se vuelca con cariño y terca obstinación hacia papeles de distintas formas, tamaños y colores con el fin de imprimir en ellos ese mundo recóndito que proyecta. Un sujeto romántico y libertario, pero que también comparte su dualidad existencial con el metódico profesor Mario Aguilar Rodríguez, cuando ve cada mañana este nombre en todas las hojas iniciales de los cuadernos de sus estudiantes. Él, el profesor, es el soporte teórico del otro, del experimentador, que muy bien sabe complementar a éste (profesor) aportándole mucha, mucha cuota de rebeldía sana.

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(*) "José Saramago en sus palabras". Edición y selección de Fernando Gómez Aguilera. España, 2010.

De: Anotaciones para un diario personal. Lima, 2014, Víctor Abraham.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú. 


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