Sensaciones, humanas convicciones...

Pienso que la franqueza de una persona debe ser la mayor carta de presentación a la hora de cimentar cualquier tipo de relación humana. No se puede ser buena persona, si no hay, desde el inicio del acercamiento mutuo, claridad de lenguaje libre de toda turbiedad en donde el discurso doble y la procacidad asolapada campean. Entiendo que las personas no estemos preparadas emocionalmente para escuchar lo que no concuerde a punto de vista propio y nuestro, o mejor dicho de otra manera, lo que no nos sea favorable a nosotros. Sin embargo, he allí la tarea de un sincero honesto, quien pese a correr los riesgos de ser tachado como ingenuo inoportuno o como "malvado" inconsciente se arriesga a decir exactamente lo que está pensando o suponiendo de su observación inmediata. Si yo le digo a alguien que no está bien lo que está haciendo, o lo que es peor, dejo de decirle: lo que quiero y lo que busco de él, probablemente, reciba una expresiones como, "me desconciertas", o "me decepcionas", en fin, pero ese es el reto, y hay que tener suficiente valor para ejecutar verbalmente lo que se piensa en el momento preciso.

A veces el hecho de no poder expresar lo que uno piensa para sí mismo o siente en sí mismo, debido a la sugestión tonta de "cómo lo tomará el otro", hace que la represión y el vacío propio se amplifiquen, sumiéndolo en un miedo terrible que daña su autonomía - y que a propósito es el propio statuo quo quien sentencia frívolamente con las mayores y crueles penas, la indiferencia y la exclusión, que disimuladas bajo disfraces y caretas de falsa amistad o amistades silenciosas cubren sagazmente su cometido. Una amistad con la que ya no se es posible dialogar de ningún modo, de nada sirve, por eso, hay que cultivarla todos los días o por lo menos periódicamente porque una vez que se va, se va para no volver más: sino, recordemos esa frase que el genial Exupéry deja en las palabras de uno de sus personajes más queridos, el zorro quien refiere a su pequeño amigo:


“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz. A medida que se acerque la hora me sentiré más feliz. Y a las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, no sabré nunca a qué hora vestirme el corazón... Los ritos son necesarios” (1)
Por ello, a veces hay que tener mucho coraje y temple, pero sobre todo sinceridad del corazón para decir me equivoqué, y sacar de nuestra vida lo que nos atañe, nos condena a la baja autoestima, nos decapita moralmente y nos sume en tristezas irreprimibles. Alguien parafraseó, sin darse cuenta, hoy por la noche esta acepción, "ya no me enojo, solo observo, miro, pienso, me decepciono, y si es necesario me alejo": CRASO ERROR. No, no debe ser así, a lo execrable, a lo angustioso, a lo mordaz acostumbrado a mellar la buena fe y consciencia del individuo hay que salirle al paso, hacerle frente y derrotarlo. Esta tarea no es sólo una labor de algunos hombres y mujeres, no, no debe ser entendida así, debe ser una obligación moral de todo corazón humano. Luego, es muy probable que esta aseveración antedicha halla permitido dar luz finalmente al razonamiento existencial de Andrew Craig (2) sobre su vida, puesto que la mayor norma de la vida no consiste, en vivir como espectador, dejando que los demás vivan su vida, ya fuesen reyes o patanes, sino en no permitirles que actúen impunemente, ya que las víctimas de la vida, no son sino expresión de flagelo y preocupación de uno mismo en ellos, ya que todos estamos unidos por lazos comunes de alguna u otra manera (sean estos, laborales, familiares, amicales, e inclusive siendo -desde ya- simples sujetos de conocimiento mutuo). En suma, si algo es capaz de dañarme a mí, es probable que también pueda dañar al otro porque hay una realidad innegable, al menos muy notoria ahora, y ésta es que: en un mundo que lacta de la cosificación a diario y que demanda seres uniformes a calco y copia de sus líderes de opinión, todos somos, tarde o temprano, seres desvalidos a la hora de sopesar nuestros propios vacíos emocionales.

(Del libro: Los latidos secretos del corazón. Lima, 2014 por Víctor Abraham)

Desde Lima, ciudad capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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(1) Antoine de Saint- Exupéry. The Litle Prince, 1943.
(2) Irving Wallace. The Prize, 1962.

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