Visita a Pepe

Hoy salí muy temprano. Decidí ir a visitar a Pepe Pazurro, lo que pasa es que hoy era su cumpleaños número sesenta y nueve, y cuando eso sucedía, él no iba a trabajar. Él era muy respetuoso de las convencionalidades, de las formas, de las fechas memorables. Además Tito y Juanita, lo querían mucho. Lo engreían bastante, y con mayor razón tras la muerte de Sofía, su mujer.

José se había dedicado también a los negocios como yo, había sido toda su vida vendedor de frazadas, las que llevaba y traía constantemente de Arica o de Desaguadero, en muchos casos burlando la frontera. Lo conocí en la Escuela Técnica de Comercio allá por los años de 1960, ambos éramos estudiantes de contabilidad. Siempre me decía que algún día formaría una cadena de tiendas, parecidas a Super Rey, que era la tienda importadora más grande de ese momento en Trujillo. Su padre, al igual que el mío también sirvió al ejército, pero no murió en ninguna guerra, mas bien fue a morir de cáncer a la próstata debido, decía él, a las muchas mujeres que había tenido fuera de su matrimonio. Ambos, Pepe y yo, fuimos, y hasta hoy hemos sido buenos amigos. Nos frecuentábamos mucho. Un tiempo trabajó en el “Tayuén Hnos.”, pero luego se fue a “Super Rey”, donde trabajó cinco años más en que empezó su propio negocio, compra y venta de frazadas al por mayor y menor. Gozó de buenas épocas. Él, no muy alto, rechoncho, moreno, de ojos vivaces y cabello levemente ondulado; yo, flaco, algo escurrido, medio palúdico, no tan vivaz, y de cabello liso castaño. Fuimos buenos amigos.

Solía visitarme periódicamente al “Tayuén Hnos”, donde conoció por a mí a Sofía. Ella era una joven delgada que rozaba sus diecinueve años, usaba anteojos que descansaban graciosamente sobre una nariz respingada y siempre movible por un extraño y curioso tic que en vez de hacerse notar prominentemente, daba a ella un aire de niña eterna, sí, infantil y eterna, digna de una emperatriz de la época, de tez un poco blanca. Solía llevar atuendos sobrios y largos, cuando no vestidos florales con vivaces colores, y hasta a veces llevaba sobre sí, estilos naif a lo Jacqueline Kennedy, esto es vestidos de un solo color, conjuntados siempre con chaquetas de punto. Los pantalones de campana anchos y rectos también estaban dentro de sus exquisiteces de vestir. Cuando salíamos con Pepe, o sea los tres, ella llevaba un bolso de asa corta, pequeño, y de charol. A veces sombreros de hala corta y en otras boinas curiosas. Los pañuelos de colores, en la cabeza o en el cuello, también eran de su preferencia. Recuerdo que una vez, para ir al cine, se presentó ante nuestros ojos con unas botas altas, que le daban casi por la rodilla, eran de charol y con tacones algo gruesos, añadidas a una minifalda recta y blanca.

Sofía, vivía con una tía en un cuarto alquilado. Decía que su madre había muerto de una extraña enfermedad dejándola muy pequeña al cuidado de su padre. Tenía por esas épocas una hermana, siempre hablaba de ella con nostalgia. Decía que murió cinco años después de la muerte de su progenitora, enfermedades del corazón. Al quedar ella sola se fue a vivir con su padre, que se volvió un alcohólico empedernido al poco tiempo debido a la impresión familiar que tuvo a raíz de estos sucesos, y que por cierto, al poco tiempo desapareció para no volver más. Ella decía que también había muerto, aunque a veces se contradecía renegando de él y su abandono repentino. Se fue a vivir con la señora Gloria que era la hermana mayor de su madre, una anciana solterona y muy católica. Vivían en la calle Independencia 854, donde hoy funciona una agencia de pagos de luz. (Parece que el predio de esa casona antigua fue vendido a la agencia de cobranza por sus propietarios legítimos).

Sofía se casó posteriormente con un trabajador de la hacienda azucarera “Roma”, que pagó todos los derechos de nupcias correspondientes, un tal Filipo de Charat, zona de la sierra de Trujillo, pero que al poco tiempo, dos años creo, murió. Yo estaba por ese tiempo con mi madre en Lima. (No sé de qué murió exactamente, ella nunca lo quiso confesar, pero una vez oí decir a Julio, ya años después, que ese hombre padecía trastornos cardíacos, en fin).

Ella, Pepe, y yo fuimos muy buenos amigos solíamos ir al cine los domingos, o frecuentar de pronto concursos de marinera en épocas de fiestas. A mí me apasionaba el teatro; a él, los bailes; y a Sofía el cinema. No sé cómo, pero una vez ellos me dijeron riendo, que algún un día yo tendría una mujer muy buena y comprensiva a mi lado, de buen vestir, conversadora, y trabajadora, y que por fin pondría un orden a mi desordenada vida. Era evidente, que no se referían a ninguna otra mujer que no hubiera sido en ese momento Sofía, hasta inclusive Pepe me hacía bromas de vez en cuando, “Eh, pillón, dale el sí, se ve que te gusta, y tú a ella, no lo dudes porque si no mira que aquí hay otro gavilán escueto, jajaja”.

José Pazurro también se casó, pero al poco tiempo enviudó. Su mujer había muerto de un derrame cerebral. Solo le dejó una niña pequeña, Juanita, que llevaba el mismo nombre de su madre. Ya el tiempo hizo que ambos, Pepe y Sofía se enamoraran, y se casaran. Fueron muy felices, y me invitaron a su boda. Boda a la que no asistí por razones de juicios pendientes que había heredado por los terrenos de mi madre, que por esas épocas estaban en litigio con un hermano mayor que intentaba arrebatárselas. Fueron muy felices, ya dije, y ambos tuvieron un hijo, Tito, quien sacó los mismos ojos y la nariz de la madre, aunque el cabello y la complexión eran notorio que le pertenecían al padre. Me hice su padrino. Aún tengo conmigo la foto de los tres, y al pequeño bebé sobre mis brazos. Cómo ha pasado el tiempo desde ese entonces.

Tito, hijo único de ambos, había heredado de su madre ese extraño tic de mover la nariz constantemente. Algo que detestaba mucho su padre, pero que terminó finalmente enamorándolo de Sofía. Ambos decidieron que era mejor darle una profesión, total, “es la educación, decía, ella, su madre, el mayor legado que los padres pueden dar a sus hijos”. Fue así como Juanita, se hizo contadora, y Tito, arquitecto. Yo por esas épocas, ya había abierto un negocio propio dedicado al rubro de licorerías, bares y restaurantes. Seguía soltero, viviendo y velando únicamente por mi madre. Los tres, nos seguimos frecuentando con continuidad hasta que me casé. Supe luego, que ambos cambiaron de residencia. Perdí el rastro, hasta que años después me los volví a encontrar, un día por la Plaza de Armas cuando estaba paseando con María, ya había nacido Mauricio. Me dejaron su dirección, y su número, pero los perdí posteriormente. Con Pepe, nos seguimos viendo, se había dedicado, ya viejo, a manejar y hacer servicios de taxi a turistas. Nos encontrábamos esporádicamente, hasta el miércoles de la semana pasada en que me contó el trágico desenlace de su mujer. Muerte, cardiopatía coronaria.


***

Hoy, al llegar a casa por la noche, me encontré con una sorpresa. María había comprado una torta de chocolate, según ella por iniciativa de mi hijo Mauricio. Me habían guardado una parte en el conservador. Además, Rosa me alcanzó un dinero, eran S/. 250 soles que mi hijo había dejado para mis gastos. A ellas también les había dejado una propina. Me fui a mi cuarto, y lloré dando gracias a Dios por tener a un hijo tan agradecido. “Con este dinero”, dije para mis adentros, “podré pagar finalmente los trámites para mi evaluación por parte de la Junta Médica Evaluadora del hospital Lazarte, que me exige la OEP, para mis trámites de jubilación. Y es que sucede que últimamente no he podido llevar a cabo estos exámenes, debido a la falta de dinero, y en las dos únicas veces que lo he intentado por el SIS (Sistema Integral de Salud), me han dicho que, para caso extraño mío, no cubre los exámenes porque estos son muy costosos, además que escapa al presupuesto establecido por este sistema, que por cierto está destinado a gente como yo, que no tiene nada, ni seguro, ni condición económica que ampare nuestra vida. Vida de paupérrimos. A veces pienso, que todo esto de los fondos de salud y de jubilación se mueven por fuerzas cercanas de apego al dinero, por intereses de ambición particulares, en el que conviven diariamente abogados, funcionarios públicos y hasta médicos, quienes han terminado usufructuando la profesión del servicio por la vida humana, porque en ellos, en los agentes de la salud, está la vida de las personas, pobres o ricas, elevando así esa necesidad particular de obtención cada vez mayor de mercancías económicas sobre el plano de su propia condición de seres humanos. Pienso luego, con una relativa tristeza, que la mayoría de estos profesionales han terminado soterrando su verdadera pasión de servicio reemplazándola por otra, de ganancias y de status sociales. Por Dios, qué degradación profesional.

Hoy escribí en el diario una reflexión de ANDRIEUX, que leí por la mañana en uno de los escaparates de una boutique, y que decidí anotar en su momento:
Día 6
Vivir en sí mismo no es nada. ¿A quién podré ser útil, ser agradable hoy? He aquí cada mañana lo que debes decirte. Y por la noche, cuando la luz del cielo ves irse, feliz si tu corazón en voz baja ha respondido: El día que termina, Señor, no lo he perdido; merced a mis cuidados vi en un rostro humano, la señal de la alegría, el olvido de una pena. François Guillaume Jean STANISLAUS ANDRIEUX. 
(…) 
Espero Dios Mío, ampares a mis tres hijos siempre, y a María, que son lo único que tengo. Imprime alegría al camino de Pepe, y de su familia. Ten en tu misericordia al alma de Sofía, dále, por favor, descanso eterno. Haz, Señor, que estos médicos certifiquen de una vez por todas mi precario y difícil estado de salud para poder agilizar mis papeles del seguro. Ablanda su corazón PADRE, y dales paz a su vida como a la de sus familias. AMÉN. 
11.15 pm.


Del cuaderno de: "Los días van y vienen". Lima, 2015.
De: Víctor Abraham

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