En el nombre del padre...


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Cuando intento recordar esa primera vez que llevé mi pulgar derecho a la frente con el fin de decir, "En el nombre del Padre...", siempre aparece en mí, la imagen de mi progenitor, de ese hombre flaco y taciturno, en cuyo rostro siempre se dibujaban dos mostachos, y cuyos pómulos morenos y cabellos encanecidos, daban la apariencia de viejo, sí, de un ser mortalmente viejo, pero a la vez - extraña coincidencia- con rasgos también de niño. Un extraño personaje, que de un momento a otro, mientras nos dirigíamos a hacer las compras del mercado, se metía intempestivamente dentro de un templo con el fin de dar gracias a Dios, o elevar sus plegarias, como refería, llevándome de la mano también a mí porque había que ser agradecido, me decía, y entonces..., "has de coger tu pulgar derecho y llevarlo a tu frente siempre, con el fin de decir estas palabras...", y repetía esa fórmula corta y piadosa que hasta hoy me acompaña, la señal de la cruz.

Conceptos de moral que hoy cimentan mi existencia, extrañas manías de sentarme de pronto a conversar con alguien desconocido -y sin razón alguna aparente-, ese respeto absoluto por los libros y sus creadores, ese particular modo de ver la vida a través del próximo inmediato, sentencias, herencias culturales, amor a la tierra en que uno nace, y ni qué decir de esas ideas del bien y del mal, "Ideas", como diría el poeta noruego y Premio Nobel de Literatura 1903, a inicios del siglo pasado, Bjornstjerne Bjornson, "tan firmemente establecidas en nuestra conciencia, que han participado en todos los ámbitos de nuestra vida, y son ahora parte de nuestra búsqueda de conocimientos", en fin, todo esto me fue modelado por mi padre, un eterno moralista, un lector de periódicos viejos y amarillentos, uno de esos tipos que muchos llamarían, ferviente católico, cultor y admirador de una cultura mexicana, llegada a mí bajo la forma de "Cine de oro", en donde un Jorge Negrete, un Pedro Infante, una María Félix, un Cantinflas, siempre acompañaban nuestras tardes de ver televisión.

El meollo del asunto, cuando se dice, papá

Si he mencionado anteriormente, párrafos arriba, estas experiencias de aprendizaje que pude asimilar de mi padre, solo ha sido bajo un fin real y concreto, intentar acercarme a la figura paterna, y dejar por sentado esa imperiosa necesidad que para un niño en formación llega a alcanzar esta figura dentro de su temprana vida, y por ende dentro de sus primeras experiencias.

Ahora bien, es raro que hoy en día muy poca gente defienda esa necesidad de autoridad paterna, esa virilidad masculina clave para la formación de un hogar, ese modelo icónico del buen hombre que puede llegar a ser buen padre; es preocupante hoy ese detrimento moral que se le viene acuñando a la figura paterna. tanto como es inconcebible escuchar al interior de nuestras sociedades que se esté perdiendo esa autoridad varonil al interior de las familias. Las sociedades evolucionan, eso es sabido, y no soy el primero en afirmarlo, lo dicen los apuntes del materialismo dialéctico, pero en nuestro caso, en el caso de esta generación que hoy vivimos parecería más tratarse de una involución, que de una evolución propiamente dicha.

Vemos todos los días, denuncias de abortos por presión del hombre, abandonos familiares, parricidios y violencias al interior de las familias. Nos quejamos que el hombre no trabaja, que no aporta al hogar, a las necesidades del consumo diario, e inclusive que no cumple como hombre, sexualmente hablando, llegando a la ridiculización más burda de esto. Hombres sin personalidad, y sin moral, padres que son proclives a profanar sus propios recintos familiares. Acudimos a la imagen frecuente del divorcio, de la separación conyugal - o de bienes, en algunos casos- por esa simple, y sencilla expresión, "no nos entendemos", o "no era lo que pensábamos", dejando así a la propia prole, a los propios descendientes, en la mayoría de casos niños menores de edad, al total abandono.

Ver esta óptica, solo me arroja dos cosas, o intentamos revertir esta situación, y salvaguardar así ese nombre del padre, con cierto estoicismo ciudadano, o  dejamos que esta  misma nomenclatura sea devorada por la desconfianza, por la desidia, por el materialismo frívolo y consumidor que solo reconoce en él no seres humanos con aciertos y errores, sino objetos de numeración y seriación a los que hay que tirar cuando salen mal fabricados, o no sirven al propósito para el que fueron creados, en fin. Es cierto por otra parte,  que este "tiempo de consumismo histérico", tiempo en donde esa misma categoría, conocida como"tiempo", es lo más difícil de conseguir, y que nadie está dispuesto a dar..., haya terminado por sumir esta categoría "papá" hasta doblegarla - y malformarla-, so pretexto de la perfección consumista, olvidándonos así del hecho que cualquier persona puede ser sujeto de errores y de vicios morales. Decir esto, no me lleva a apañar cualquier acto de violencia, o de irresponsabilidad dentro de mi propio género, sino al contrario mi empeño encuentra justificación en el acto del reflexionar en torno al hecho de cómo estamos mirando al otro, cómo nos estamos mirando entre nosotros, hasta parecemos a veces esos buitres que esperan el menor descuido de su presa para devorarla.

En defensa de la paternidad


En un mundo actual como el nuestro, en el que parece ser que el matriarcado, y el libertinaje se vienen convirtiendo en las nuevas modas de existencia, en los nuevos remedios para llenar tantos vacíos emocionales, a los que muchos teóricos de la psicología educativa aún no pueden responder, salvo con recetas paliativas y medidas permisivas en cuanto a conducta y enseñanza se refieren, porque sencillamente no quieren aceptar que la brújula moral al interior de las familias está descompuesta, y que es deber de padres y maestros recomponerla: les cuesta tanto admitir a estos señores teóricos de la pedagogía, y la psicología que hay una verdad innegable, y esa es la ausencia de autoridad que debería ejercer el padre, y que sin embargo poco o nada se hace para abordar esta problemática, o en todo caso ayudar a reivindicar, ¿y por qué?, porque sencillamente, como ya dije, se vive hoy una guerra de géneros, que parte de esos sectores mal llamados feministas y democráticos y que esta "sociedad de las sangres"- que vuelvo a parafrasear- alimenta, porque sencillamente alguien tiene que imponer un control, un status quo, un "nuevo" modus vivendi, y esto resulta interesante porque así, cada vez más, todo se vuelve números, tarjetas de crédito, códigos, estadísticas, demandas, multas, pensiones de alimentos, e inclusive gastos absurdos por tener o por alcanzar. Decir francamente, que me preocupa.

Por otro lado, esta sociedad de consumo, que solo nos recuerda una vez al año, que existen padres, porque hay que comprarles en tal o cual tienda, una corbata, un suéter o cualquier accesorio de marca, llámese Valentino, Versace, John Holden, o qué se yo..., es la misma que el resto de días, o sea los 364 restantes, nos dice a través de sus televisoras, de sus prensas, que el padre, es un malo, un mal hombre, un mal marido, un mal hijo, un mal hermano, por Dios, qué incongruencia. Las noticias fabricadas por intereses de los grandotes, sumadas al bajo nivel educativo de las masas poblacionales hacen que estas se resignen y terminen por generalizar estos actos condenables, hasta enrostrársela en la cara de esa propia categoría, llamada PADRE, sí, así es los intereses creados hacen que estos pobladores no les queda otra que resignarse y aceptar que viven o conviven en un orbe de malos padres.

Hará dos años escribía para una columna; datos, que hoy vuelvo a citarlos porque considero vigentes, además que sirven para el análisis que esta redacción persigue.
(...)últimamente las demandas económicas y sociales sumadas a los nuevos estilos contemporáneos de vida por asegurar la estabilidad familiar reclaman hoy en día también una dinámica laboral de la mujer - hecho desde ya muy loable y sacrificado por parte de este noble género femenino-, pero sin embargo advierto que estos nuevos modos de vida que hoy rigen sobre nuestras sociedades también están trayendo una mayor superficialidad en las relaciones familiares, una pérdida significativa del rol real que corresponde tanto a padres como a hijos porque de algo estoy seguro que los roles de los padres siempre serán los mismos y muy distintos a los roles de los hijos, pues ambos roles son complementarios para establecer la armonía en el hogar. Sí, pareciera que estos nuevos estilos contemporáneos de vida y sus múltiples ajetreos de espacio y de tiempo, están menoscabando hasta cierto punto el compromiso de la paternidad llegando en algunos casos al detrimento, desgasto o deterioro de esa imagen perfecta de ser padre. El ausentismo es hoy mayor en las mesas a la hora de almorzar, o la hora de cenar, entendible por un lado supongo, pero por otro, debería tomarse con cuidado. Falta de compromisos personales de padres que aún no han terminado de ser hijos, y conyugales también son de cuidado y de delicada observación porque hacen meollo en este asunto de la estoica paternidad, pero a pesar de todo- y créanme que es cierto-, que la figura paterna, la progenitora, no la secundaria ni la civil que se contrae en unas segundas nupcias, sino esa figura real y primigenia siempre será irremplazable en un hogar. Triste consuelo de aquéllas personas, cuyos padres están durmiendo piadosamente por múltiples circunstancias, sin embargo pienso que hoy, el solo hecho de evocar su sola imagen ya es suficiente para seguir haciendo bien las cosas como buenos hijos. 
Llamados al buen ejemplo

Rescatemos los valores paternales, ayudemos al género de los hombres a retomar su senda, su buen proceder como lo tuvieron nuestros viejos, nuestros antepasados, queramos a nuestros padres, guardemos respeto y gratitud para ellos. Basta ya de hacer leña del árbol caído, o de intentar generalizar las malas prácticas paternales. A ustedes hijos e hijas, no juzguen a sus padres, entiéndanlos, no les toca a ustedes juzgarlos, trasmítanles alegría, ayudemos, no carguemos más cruces interminables de condena.

A ustedes mujeres ayuden a sus esposos, a sus parejas, sean brazo fuerte y firme con ellos, en la crianza y educación de sus hijos, en esa lucha por dignificar sus hogares, no se desautoricen, ni intenten comprar el cariño de sus protegidos con cosas irrelevantes, materialmente hablando, tengan paciencia, intenten comprender que el matrimonio es abnegación, es sacrificio, es lágrimas, pero también es cuna de frutos ejemplares, de hijos nobles, de ciudadanos de bien, y esto se logra solo en unidad conyugal, la comunicación, y es que a veces es bueno, ceder un poco para ganar, así funciona esto de las relaciones humanas.

Finalmente, a ustedes hombres, padres, que ya lo son, o están esperando con ansias serlo muy pronto, vean en el ejemplo de sus padres y abuelos modelos de bien, no vean en esta sociedad de superficialismos, vean en su interior, escudriñen, no sigan haciendo lo que la inmensa mayoría hace o intenta hacer cada día, muchos de ellos, agentes sin personalidad ni firmeza que solo sirven a este sistema de degradación sistemática. Hagan y busquen en ustedes mismos esa conversión, la sociedad del futuro necesita de ustedes, porque estoy seguro que no hubo nunca sociedad tal como la de hoy, que los necesite tanto, y que los pida a gritos, en fin. Quiero terminar diciendo, en la memoria de ese progenitor mío que conocí una vez, y llamé padre, "Feliz día del padre". Recuerden que mi visión de sociedad, ligada siempre a esa preocupación permanente por salvaguardar la identidad familiar y el buen uso de los valores, siempre estará de parte de ustedes, con ustedes. Un abrazo para todos, colegas de la escritura, del periodismo, de la enseñanza y amigos.

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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