Capítulo XXXV del cuaderno de, "La degradación humana". Lima, 2016.

"En quince o veinte años la vida será insoportable: la desahogada paz y la convivencia amable solo será memoria de lo que todavía hoy intenta ser", resolvió escribir en su cuaderno de notas. Hojas amarillas pobremente conservadas.

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"El valor de los conocimientos y de la educación es ahora relativo, quien sabe si con los años esto no serán más que simples abalorios del recuerdo. Sin embargo, de lo que sí me queda hoy claro es que seguirán estando determinados por el medio. Ahora bien, si los sistemas educativos siguen en su intento por imitar a otros, jamás podrán satisfacer las exigencias de sus sociedades: todo es copia de un mismo molde", leían mis ojos.

"De acuerdo con las normas hippies", pudo anotar él, haciendo referencia a los movimientos liberadores y pacifistas de los años 60, "se puede confiar en el individuo solo cuando pasa los treinta años, puesto que la capacidad de este para obrar según su razón es lo que lo hace superior a los demás seres de la tierra".

"Si no logramos educar en la crítica a estos miles de niños que hoy pululan en las calles, que pululan en las calles nocturnas de las ciudades, de tal forma que dentro de unos pocos años puedan ocuparse del desarrollo apropiado de sus propias comunidades, entonces seremos nosotros, como elementos de estas inmensas moles llamadas sociedades, quienes habremos perdido la partida", hacía alusión una sentencia.

"La media parte de la población es menor de 15 años", decían en tinta verde aquellas palabras del cuaderno suyo, que iban acompañadas más abajo de una extraña caricatura de un niño varón sentado abrazando a un callejero perro.Y más abajo se leía, "El saber de la humanidad se difunde como una mancha de aceite en un papel secante", frase que apenas- y aún- se dejaba ver en una oración escrita con tinta roja, y borroneada varias veces, es decir cientos de veces porque inclusive esto le había causado un agujero impropio e irregular.

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"El porvenir de los países depende de la educación de las masas", finalizaba la hoja, fechada con tinta verde, que aún se podía leer en perfecta caligrafía, "Diciembre, noche, 31 del año 2039", y que situaba debajo como lugar, "Sanatorio de Campo Libertad. Zoar".

Cerré intempestivamente el cuaderno amarillo. (Leer todo esto, me causó por un momento un dolor inmenso, y sentí luego, una vergüenza ajena por una generación que ya no era la mía).

Volví a abrir el cuaderno. Di vuelta dicha hoja, y grande fue mi sorpresa, pero también triste, cuando en el centro de aquella amarilla superficie, en letras oscuras, decía un breve diálogo encerrado en un círculo verde.
"Pero, cómo sabe usted estas cosas, dígame Jeremías. Dígame, por favor, ¿o es que está usted loco?" “Porque fue la vida la que me educó para darme cuenta de ello. La escuela principista y conservadora a la que me había enviado Tobías, mi padre, solo buscaba convertirme en algo que nunca terminé siendo".
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Extracto del capítulo XXXV del cuaderno de, "La degradación humana". Lima, 2016.
Víctor Abraham.

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