Un 4 de diciembre

El día que mi padre durmió piadosamente para siempre fue un 4 de diciembre, y de esto, ya casi va a ser más de un lustro, tal vez más de una década, o quién sabe más o menos, el tiempo a veces es cruel con el recuerdo: borra lo que deberíamos conservar y mantiene como címbalo que resuena nuestras propias condenas. Digo esto, porque fue a partir de este hecho en que me vi obligado, casi entregado a ver la vida de otra manera, a sentir el peso de las responsabilidades ajenas. Me di cuenta entonces que la existencia era - y sigue siendo- tan efímera, tan momentánea, al punto de convertirme en parte minúscula de un "estar acá". "Solo somos instantes de tiempo", dije entonces - y lo sigo diciendo cada vez más convencido- "instantes de espacio, de luz". Es por ello que piense, que a pesar de todo, en todo momento y circunstancia humana siempre hay un camino de alegría y esperanza, por ello siempre es necesario sonreir y creer. (De: Los latidos secretos del corazón. Lima, 2015)

Desde Lima, Ciudad Capital del Perú.
Víctor Abraham les saluda.

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