Aprendizaje para el futuro: Crónica para desaprender

El aprendizaje que hizo de mí el hombre que soy ahora, no vino de una ruta académica estricta universitaria, ni de la ideologizante alternancia política de partido alguno porque siempre fui un individuo libre. Así es, esto que hoy conozco -y que da lucidez a lo que creo correcto-, no vino de agarrar a raja tabla los inmensos manuales de Marx, de Lenin, de Engels, de Mao, de Trosky, de los movimientos del ERP argentino, ni de los peronismos exacerbados; porque mi estructura ideológica está muy lejos de provenir de las absurdas ideologías del Comunismo Soviético, que en su tiempo serían direccionadas, todas, por la estupidez de un solo nombre, Joseph Stalin. Estos lineamientos, cual modelos operantes a seguir siempre tendrían al final un mensaje implícito en el consciente del individuo lector que indicaban al final una orden a ejecutar,"Esto es así, y así debe ser en beneficio de los pueblos".

Rutas contra el poder

Las lecturas que hice en mi vida, y sus huellas que lograron impregnarse en mí, no vinieron de las poesías incendiarias del comunista Neruda ni del soviético Mayakovski, de los cómodos y oportunistas Mijail Sholojov, Sully Prudhomme, Maurice Maeterlinck, todos Premios Nobel de Literatura, y en su versión moderna: Vargas Llosa, y Haruki Murakami. No. Tampoco de los grandes libros enciclopédicos de la extensa teoría literaria y académica convencional. Leí a todos, y respeté el trabajo de todos, porque es deber respetar las trayectorias de los hombres. Sin embargo, ninguno significó tanto en mi existencia, como los ejemplos de vida- y de sobrevivencia- de los miles de hombres y mujeres, Zekos o presos en palabras de Solzhenitsyn al interior del mayor polo de crueldad que vería nuestra historia, el infame Gulag. Mi aprendizaje cogió carne, como dirían algunos, en los registros psicoanalíticos de las memorias médicas del propio Freud, cuna matriz de lo que en el futuro, posguerra europea, arrastraría otra fuerza grande, el existencialismo,  Inclusive los trabajos pedagógicos de Alexander Neill, y su escuela de Summerhill, a modo de gran laboratorio educativo, para demostrar que una pedagogía libertaria del niño para este tiempo sí era posible, calaron más en mí que cualquier otra ruta cognitiva propuesta por psicólogos educativos actuales, todos convertidos hoy en entes frívolos, consumistas y permisivos nada saludable a la formación de nuestros niños y niñas.

Los rechazos continuos y la negación de las condiciones humanas a cientos y miles de vidas, convertidas luego por la ficción maravilllosa de la literatura en personajes, alter egos, almas parias, descritas a lo largo de la vida y obra del húngaro Imre Kertész frente a la barbarie del Holocausto nazi, en cuya materialización significó un nombre propio, nada común, "Auschwitz", calaron en mi aprendizaje de asumir posturas posteriores. El oficio de la profesora de piano, Erika Kohut, personaje emblemático de la contestaria escritora asutriaca Elfriede Jelinek, en favor de su lucha por la identidad de las mujeres, esto es el sentido de su libertad y de su respeto social. La misma Jelinek, diría en su momento, "Quien no habla, puede pensar", en fin. Las luchas permanentes y los enfoques de los franceses Camus, en su pedido explícito en favor de la libertad de Argelia, o de Sartre, a través de sus acompañamientos proselitistas durante los sucesos de Mayo del 68, o de sus enfrentamientos no solo ideológicos, sino políticos con Charles de Gaulle en Francia mismo, también sirvieron de mucho. 

Las humanistas ideas del norteamericano Saúl Bellow, en su intento de rechazar lo convencionalmente establecido a través de su alter ego, el profesor Moses Herzog, a cuya frase ha quedado en mi memoria eterna, "Nunca sé conservar las cosas de valor, la plata y el oro. Para mí el dinero no es un medio. Pasa a través de mí. Yo soy el medio a través del cual circula el dinero (...) Todas estas estupideces tan dignas que hacemos, cuestan mucho dinero.(...)La vida de cada ciudadano se está convirtiendo en un negocio. A mi juicio esta es una de las peores interpretaciones del sentido de la vida humana que hallamos en la historia. La vida humana no es un negocio". 

FOTO: nosinnosotros.wordpress.com
Cuando pienso en los sucesos del mundo contemporáneo, no puedo esquivar la mirada, ni obviar a esos cientos de personajes que un día de pronto se detenían en las páginas de los libros para hacer una lucha en favor: no solo de sus derechos individuales, sino de la consciencia moral y colectiva de los pueblos. Personajes como los encarnados en su momento por héroes como el payaso contestario Hans Schnier, para quien su autor alemán Heinrich Boll, pone respuestas en sus labios, y en su consecuencia, cuando le preguntan, "¿qué mosca le ha picado?", y este atina a responder, "los católicos me ponen nervioso porque juegan sucio; los protestantes me irritan con su manoseo de consciencias, los ateos me aburren porque siempre hablan de Dios".

Últimas respuestas

Saco ahora, a relucir algunos aportes últimos, que en al menos estos últimos treinta años de trabajo en el campo social han tenido repercusiones muy fuertes, muy substanciales- y sustentables-, y no solo por tratarse de escritores - o actores sociales- que hayan escrito libros, sino por lo que han hecho estos desde su conducta personal, en el día a día. Me refiero al uruguayo, Eduardo Galeano, ligado siempre al esclarecimiento de cómo se tejían las redes sistémicas del poder, o lo que en su momento llamaría Grupos de poder. Su aporte siempre fue claro desde la primera aparición en 1971, de "Las venas abiertas de América Latina", a lo que en su momento, intentaría expresar, "Solo hay un camino, el ejercicio sentipensante del hombre, esto es,  sentir y pensar al mismo tiempo". El alemán Günter Grass, desde su aparición con "El tambor de hojalata", en 1959, marcaría desde ya también un trabajo de mucho compromiso, un mensaje claro, que deberían seguir, al menos pienso yo, los futuros pensadores y actores sociales de cualquier nación del mundo, la consecuencia individual, la lucha por la ética, y la resistencia a los poderes. 

Por otro lado, el portugués José Saramago, y la periodista bielorrusa Svetlana Aleksijevitj, última Premio Nobel de Literatura 2015, también han aportado mucho desde su campo de acción, "Si no nos defendemos, el gato de la globalización acabará engullendo al ratón de los derechos humanos, La globalización es un totalitarismo por lo que el intelectual no puede estar con el poder", diría el primero, el autor de "Ensayo sobre la ceguera", en una entrevista en Lisboa el año 2001. "Los derechos humanos no se cumplen en ninguna parte. Derecho a la vida, a la existecnia decorosa, a comer, a trabajar, a la salud, y a la educación. La gran batalla de la ciudadanía debe ser la batalla por los Derechos Humanos", agregaría en otra entrevista para "El tiempo" de Bogotá el año 2004.

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Por último, es a través de la periodista Aleksijevitj, en sus crónicas, a través de sus "Voces de Chernóbil", donde queda más claro que el agua, que son los poderes quienes limpian evidencias cuando quieren librar sus responsabilidades ante los ojos del mundo, y quienes sobrepasan las expectativas de sus propios hijos, sus propios ciudadanos porque al final el Estado nunca vela por la atención de estos, al menos desde su propia conmiseración humana. Lo escrito y vivido tras la mañana del 26 de abril de 1986 revela que, "La catástrofe y la guerra", son dos cosas distintas, y sin embargo aparecen bajo una forma similar, soldados, evacuaciones, hogares abandonados, informaciones repletas de términos bélicos. Todo esto marca al individuo quien al final es abandonado a su suerte, en su propia soledad porque aquí cuando surge una catástrofe, ya no aparece el Estado, sino la gente, los jóvenes, los agentes de a pie que salen al frente para dar su vida, mientras los gobernantes solo atinan a compensar medianamente estos actos heroicos con medallas, insuficientes dádivas económicas, ritos ceremoniales a los que luego, pasado el tiempo, condenan a la más burda memoria del olvido a quienes en su momento fueron los activos, los héroes, o como diría un liquidador expresamente en una de las tantas entrevistas que Aleksijevit, recogería, "locos para quien el morir no significaba más una cosa, la bandera de la Unión soviética". Algo paradójico, pienso, para alguien se convierte en ser olvidado.

Lima, Perú. 
Víctor Abraham

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