Un año nuevo

Terminar el año significa, más allá de un ritual tradicional de cábalas inesperadas, reflexión y a su vez compromiso, cambio personal, nuevas metas, e inquietudes renovadas. Significa que si no nos disculpamos dentro del año, o regañamos por situaciones inesperadas: ese día de pronto estamos solícitos a ofrecer nuestras disculpas, a sonreír más. Estados de ánimo diversos que llevan a los alegres, por ejemplo, a bailar, salir con los amigos, amanecerse, tal vez alguien ya esté planificando salidas nocturnas a estas alturas en pareja, con amigos, en familia, en fin. Cosa muy normal, sana, y muy merecida, eso sí con mucha responsabilidad y cuidado porque todo extremo siempre es perjudicial.

Pienso, ahora en los tranquilos, los solitarios, los decepcionados, gente que pasará en continua meditación esta noche sobre lo que han logrado, o que han dejado para sí mismos de lograr; parejas que se consolidan este año que viene, y otras que toman, por iniciativa par o acuerdo mutuo, disolverse, o porque no se aguantan más, o simplemente porque se ilusionaron antes de amar, o en el peor de los casos terribles, porque la conveniencia material terminó pintándose de cuerpo entero. Pienso, en esos niños que se gradúan de nivel de estudios, los que del Jardín Preescolar pasan a la Primaria Básica, o de aquí a la Secundaria Media, y otros que por fin, cierran exitosamente un ciclo de formación escolar arrojando sus togas y birretes alegres, para pasar a la universidad o algún instituto o centro de formación superior. Pienso en las ilusiones que se tejen en las esperanzas de sus padres, y en la de estos mismos chicos, con esa famosa frase, “Lo logré”. Felicitaciones a estas masas de futuros ciudadanos. También, pienso en cuántos terminan la carrera profesional para poder insertarse finalmente en ese tan competitivo, y hasta a veces injusto mundo laboral, un mundo duro, pero a la vez gratificante porque ya empezarán a ver dinero propio. Pienso, muy por el contrario, en aquellos que han perdido este año, entre cosas materiales, dinero, trabajo, posición social, imagen social, inclusive personas, quién sabe familiares o amigos, gente valiosa que un día llegan a la vida del otro, y que por esos arrebatos extraños de las circunstancias no terminan quedándose más.

Fuente: Intenet
El fin de año, significa también ponernos a pensar en cuánto hemos madurado, madurado en todo sentido, individualmente, afectivamente, comunitariamente, se me ocurre que hasta políticamente. Pensar que podemos seguir proyectándonos para bien, en nuestro camino hacia la consolidación de nuestros propios valores personales, y a partir de allí familiares, porque hoy en día se necesita tomarse un tiempo para entender que los valores y el compromiso han de significar, o seguir significando, las llaves de esa puerta hacia esa ansiada y próspera sociedad del futuro. Se me ocurre pensar en un fin de año, que nos permita seguir reflexionando sobre el valor de la familia, como esa célula básica de la sociedad, dándole el espacio que se merece, y dentro, a nuestros hijos, hermanos, padres, y demás familiares.

Mucha gente se reúne a brindar por los logros individuales alcanzados durante el año, celebrados, con todo el derecho del mundo, sin embargo, me atrevería a preguntar, cuántos de estos por lo menos sirvieron también para alegrar la vida de los demás. Dice un refrán, “que nadie da lo que no tiene”, y esa debe ser meta próxima para nosotros, sino inmediata por lo menos mediata, de llenar el pozo que cada quien tenga en su caridad. Hay quienes esperan un trabajo nuevo, un ascenso laboral, un mayor sueldo; otros, simplemente trabajar, en lo que sea, pero trabajar. Gente que en noche de año nuevo pasará en la cama de un hospital, o en la de un cuarto amarillo o blanco, sin más compañía que la de un familiar querido, siempre solícito a prestar atención. 

Fuente: SÍ A LA PAZ
Pienso en un fin de año cargado de emociones, de frenesís intensos. Pienso en niños que hoy nacen, o seres queridos, que por antonomasia, acaban de fallecer. El fin de un año, en el que si bien es cierto, pudo haber alcanzado picos de dureza en momentos tensos, no dudo que haya mostrado momentos de tierna jocosidad. Amargura y dolor; misericordia y paz, álgidas sensaciones que de seguro no dudo hayan sido ajenas a nuestras vivencias. Promesas y ofrecimientos que hicimos y que aún no hemos cumplido. “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”, diría San Francisco, y es que la paz seguirá constituyéndose en la mayor promesa por cumplir de parte nuestra, contribuir a la paz, a los actos de paz, de prosperidad. La paz dentro y fuera de nuestras comunidades, en el inmenso orbe. Rechazar los vejámenes que trae toda violencia suicida, genocida, de marginación, de celos, de egos, que se torna repetitiva, en extremo caustica, inmoral e inhumana. Los animales, la defensa de estos: la lucha que nos siga haciendo entender que la tauromaquia es el acto vil que vuelve a los individuos bárbaros en su condición en pleno siglo XXI, y que debemos rechazar sin contemplaciones. Las comunidades de los pueblos originarios, que en gran medida representan esa deuda pendiente que aún tenemos como sociedad con nuestra historia e identidad: sigamos apoyando estas luchas, que es en sí también nuestra lucha, dado el alto contenido de mestizaje que nos configura. Digo esto y pienso cada vez más en esa visión de raza cósmica que Vasconcelos profetizaba en su tiempo, en fin.

Fuente: Internet
Un año que se va; otro que viene, que viene como nueva oportunidad para seguir mejorando y demostrarnos que unidos somos más. Otro año para seguir profundizando en la propia consciencia individual, en la consciencia social, la misma que nos haga ir entendiendo que separando la paja del trigo, podemos vivir mejor. Doce meses nuevos para seguir exigiendo una mejor educación por parte de nuestros Gobiernos. Otro año nuevo, renovado, cargado de mucha alegría y reflexión, que nos siga haciendo entender que a pesar de todo siempre hay esperanza.

Feliz año nuevo 2018.

31-12-17
Buenos Aires, Perú.
Víctor Abraham 

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