La historia es nuestra y la hacen los pueblos…
Ciudadanas y ciudadanos:
La palabras que dan título a este escrito le pertenecen a
Salvador Allende, quien minutos antes de ser arremetido y ajusticiado
cobardemente en Palacio de la Moneda, por el gobierno militar de facto de ese
momento en Chile, el 11 de septiembre de 1973, ofrecía su último discurso cargado de un fervor
cívico, decidido y moral. Cito esta frase para introducir la reflexión de hoy
acerca de cuál es el papel de los ciudadanos en este país, no solo en momentos
tan críticos como hoy, sino para tenerlo en cuenta en todo momento e internalizarlo
como nuestro.
En la medida que aprendamos a cuestionar duramente lo que a
la luz de los acontecimientos no sea ético y estemos dispuestos a no seguir
fácilmente, sobre todo nuestros jóvenes, empezaremos a construir una sociedad
responsable, objetiva y crítica. El rechazo es saludable y pertinente, pero
solo cuando parte del análisis en base a la experiencia misma del individuo.
Luego, un país justo y decente no puede construirse en base a ofrecimientos,
con caudillos políticos que dicen, Dadnos su voto y haremos una patria grande.
Los hechos concretos y tangibles de la historia reciente de este país validan esta
premisa.
En la práctica real han fracasado todas las administraciones
de los distintos gobiernos que han dirigido los destinos de es este país
durante estos últimos casi cuarenta años. Fracasaron, no solo porque sus
distintos planes de trabajo ofrecido en campañas electorales no se ejecutaron, sino
porque fueron devorados por ese colosal e irremediable ego que absorbe a los
hombres cuando se sienten poderosos (Ah, ese absurdo poder por maniobrar las
consciencias ciudadanas). Una vez convertidas en autoridades por el voto popular
son otros. El poder corrompe y obnubila la razón y el criterio, el sentido
común. Por eso, los ciudadanos debemos intentar ir más allá de un simple
querer, un simple apasionamiento del momento, ofrecimiento alguno de
transitorio trabajo o expectativas falsas e ingenuas. Nadie da lo que no tiene
y un político jamás va a dar eso mismo, ayuda social porque simplemente ese
adjetivo social no figura en su código de verdad.
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La cantidad de caretas que presentan es impresionante. Esta gente nunca se compromete con nadie, salvo con sus propios intereses. Foto: Red |
Qué hacer entonces, la organización. Juntarse, ayudarse
mutuamente, comprender que el cambio proviene del encuentro de elementos tan
plurales y disímiles entre sí mismos. Todo esto es como un partido de fútbol, todos
asumen y priorizan funciones desde el espacio que les toca jugar: no todos
pueden ser ejecutores del gol. Cuando los ciudadanos entienden esto y comienzan
a organizarse en función de ello, el triunfo resulta inminente. Así, cuando una
ciudadanía se organiza alrededor de un proyecto, o mejor aún sale a las calles
pacíficamente, con rosas blancas, como diría Saramago en sus cuadernos,
adquiere el poder real, porque el solo uso de su consciencia lo empodera. De
allí que las tesis del búlgaro Elias Canetti, o del polaco Czeslaw Milosz, en
"Masa y poder", y "El poder cambia de manos",
respectivamente, adquieran fuerza relevante para estos tiempos.
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