Plandemia 2020

La extraña sensación de vivir secuestrados en nuestro propio país es un fantasma que empieza a recorrer el territorio nacional. Es como si viviésemos o caminásemos en un lugar que se esmera en hacernos sentir NADA. Caras largas, reprobatorias. Y todo tiene un sabor a rechazo, prohibición y duelo. No amargura, sino decepción. Una sociedad enajenada crea eso. 

Una especie de resignación, miedo o convivencia con el dolor, un inexplicable espíritu de sumisión, son tantas cosas y a la vez nada. La ruta de la identidad se difumina. Vamos olvidando quiénes somos y qué nos pertenece por derecho. Están golpeando la autoestima de las personas, disociando la unidad familiar, hostigando a los ancianos, persiguiendo a los ambulantes, destruyendo la salud mental de un país, dejando sin futuro a los niños, precarizando la educación, haciendo negocio con la salud, lucrando con la vida de la gente, vulnerando sus derechos individuales, mintiendo, convirtiendo la crisis sanitaria en crisis económica. Las pequeñas empresas mueren; las grandes cadenas de negocios se fortalecen. La propiedad privada de los grandes lacta de la plata del Estado, un dinero que es nuestro. La población resiste, pero no es suficiente.

Se están haciendo ricos los más ricos y amasando exorbitantes fortunas. Han divido el país entre los que tienen miedo y los que no tienen miedo, entre quienes no se creen las mentiras del Gobierno, respecto al tratamiento de la COVID-19, y quienes ayudan a sostenerla para que estas no caigan. Han entregado los bonos soberanos, desperdiciado el dinero de todos los contribuyentes de este país. Se han confabulado con la prensa para crear una psicosis generalizada. Reprimen, vigilan, observan. Endeudan al país con préstamos impagables para estas dos generaciones que vienen: el dinero recibido es repartido escandalosamente entre los mismos funcionarios.

En silencio están acabando con las personas que llegan a los hospitales, reduciéndolos en sus casas o en algún lugar donde puedan estar y no salir. Se niegan a ver la realidad porque la falsedad genera réditos. Cercenan la esperanza ofreciendo bonos que no llegan. Vejan la dignidad de las personas condenándolas a solo mostrar sus ojos. El uso obligatorio de máscaras y plásticos sobre la cara, ejercicio macabro que solo pueden darse licencias gobiernos autoritarios porque saben que el miedo gana terreno sobre la consciencia y el sentido común de la población. 

Las políticas de salud pública fracasan. Se niegan a aceptar las recomendaciones de investigadores y profesionales de la salud independientes que pudieran significar relativos progresos. Operadores políticos reciben sus tajadas. Pareciera como si estuviéramos caminando a construir una distopía similar a las de Fharengeith 451, V for Vendetta o 1984 porque el poder empieza a hacerse omnipresente, dando la impresión que su mano está presente en todas partes al mismo tiempo. 

La gente muere, la corrupción se dispara, la enfermedad toca la puerta de los pobres, el oxígeno se reduce y la locura, producto del enclaustramiento, empieza a asomarse. La tarea, sobreponerse al miedo...¡Vencerlo!, y fortalecer el uso pleno de la consciencia y el razonamiento.

Lima. Agosto 17.2020.

Víctor Abraham 

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